lunes, 22 de enero de 2018

Autoayuda: para qué sirve y por qué funciona

autoayuda

Nuestra cultura occidental, que además se ha vuelto dominante en todo el planeta, no le da importancia a controlar nuestra propia mente a voluntad y considera “normal” estar distraídos, conversando con nosotros mismos o abismados en especulaciones o recuerdos dolorosos.

Por si fuera poco, nos vemos sometidos a todo tipo de estrés, en buena medida producto de asimilar de manera automática, patrones de conducta dictados por un estilo de vida que pone por delante la ganancia material antes que el bienestar de los seres humanos.

Cuando el asunto hace crisis y se nos presentan problemas de salud o serias dificultades en nuestra vida social, cada vez más personas deciden hacer algo por sí mismas para salir de ese estado de automatismo e intentan servirse de alguno de los tantos métodos de autoayuda.

¿Qué es la “autoayuda”?

El término de autoayuda se emplea para referirse a diferentes procedimientos y técnicas útiles para controlar o modificar el estado emocional propio, así como conductas o estados de conciencia, de tal manera que lo conseguido ayude al individuo a sentirse mejor.

Las prácticas de autoayuda más exitosas están inspiradas en filosofías ancestrales y como parte de sus ejercicios con el fin de lograr un control efectivo de la mente y el cuerpo, es posible generalizar que siguen los siguientes pasos:

1.- Como primer paso aplican el control voluntario sobre la respiración, buscando que el individuo la realice de forma completa y profunda, diferenciando bien sus cuatro etapas.

2.- A continuación se induce una relajación muscular paulatina y profunda.

3.- Mediante el ejercicio de la voluntad de manera suave pero firme, se induce un estado de silencio interior, buscando interrumpir el diálogo interno y el flujo de pensamientos, hasta lograr acallarlos por completo o reducirlos a un murmullo de fragmentos no encadenados.

4.- Luego se induce por distintos procedimientos (según sea el método) un determinado estado de autosugestión profunda, utilizando en la mayoría de los casos imágenes mentales, en otros casos empleando sonidos y en algunas ocasiones frases o palabras

5.- Una vez alcanzado un estado de conciencia altamente receptivo para el fin de autoprogramarse, se induce por alguna técnica específica el comportamiento que se desea tener ante determinada situación (que se presentará usualmente en un estado ordinario de conciencia), así como el “disparador” para activar dicho comportamiento a voluntad.

6.- De manera paulatina, se regresa al estado ordinario de conciencia, ese en el cual efectuamos nuestra vida social.

¿Cómo es posible que recursos relativamente sencillos e incluso “engañosos” resulten efectivos?

Muchas personas que se hacen esta pregunta simplemente optan por desechar estos métodos, por considerarlos pura superchería.

Sin embargo, ignoran que no solo están inspiradas en prácticas milenarias de probada eficacia, sino que por si esto fuera poco, la Ciencia moderna confirma y explica su efectividad.

La Ciencia toma la palabra

Al referirnos a la mente, usualmente mencionamos solo al cerebro, cuando en realidad eso que llamamos “mente”, más que un órgano en específico, es un sistema que se extiende por todo nuestro cuerpo e interacciona con todos los demás sistemas vitales, hasta producirse un grado tal de involucramiento mutuo a nivel celular y bioquímico que resulta imposible determinar con toda exactitud dónde termina y dónde comienza cada uno de ellos.

Por ese motivo, modernamente han aparecido nuevos enfoques científicos para abordar la interacción mente – cuerpo, tales como la neuroinmunología.

Estos nuevos enfoques corresponden a los paradigmas modernos del Conocimiento humano, donde más que la división en partes de un asunto para comprenderlo, enfatiza la mutua interacción de diferentes procesos de manera completamente dinámica.

En el caso del ser humano, este enfoque lleva a entenderlo como a una entidad en constante adaptación e interacción con el medio, considerando a la enfermedad como la disminución temporal de esta capacidad.

Así, todo el mundo sabe que un estado depresivo o de estrés negativo por cualquier motivo puede desencadenar una enfermedad somática, del mismo modo que el padecer de una enfermedad produce tristeza y puede llevar a la depresión.

¿Pero cómo se explica que de modo intencional puedan crearse sensaciones, imágenes y estados mentales capaces de generar respuestas fisiológicas con posibilidad de actuar contra las enfermedades o modificar conductas?

El cerebro es también es producto de la evolución

 (Y por cierto, continúa evolucionando en la actualidad, ya no solo de manera natural…) Pero vayamos al asunto.

El cerebro humano es resultado de un largo proceso evolutivo de muchos millones de años. Aquellas estructuras del cerebro responsables del control de las funciones vegetativas, tales como la respiración, el ritmo cardiaco, el equilibrio y el movimiento muscular, las hemos recibido como herencia de los reptiles.

Se trata del tronco encefálico (que engloba varias estructuras) y el cerebelo. El neurofisiólogo norteamericano Paul MacLean le llama “el cerebro reptiliano”. Dicho “cerebro” entiende al mundo como acciones y reacciones.

A las estructuras cerebrales que nos permiten relacionarnos con la realidad como emociones agradables o desagradables, el mencionado neurofisiólogo les llama “sistema límbico”, dentro de la cual están presentes el hipocampo (las estructuras donde reside la memoria), la amígdala y el hipotálamo. El “sistema límbico” está presente en las especies de mamíferos incluso anteriores al hombre.

Las estructuras cerebrales que nos permiten pensar y experimentar sentimientos radican en el neocórtex o corteza cerebral que ocupa la mayor parte del cerebro humano.

Paul MacLean consideró que estos “tres cerebros”, desarrollados evolutivamente como ‘capas’, una encima de la otra, cada uno de los cuales cuenta con su propia fisiología, su propio tiempo, su propia inteligencia, su propia memoria y diferentes modos de interpretar la realidad, al interconectarse entre sí los tres, forman esa unidad funcional que llamamos “cerebro humano”.

En el cerebro, a la vez que cada parte cumple un rol especializado y parcialmente autónomo, resulta imposible aislar el funcionamiento de cualquiera de las tres partes del funcionamiento del Todo.

A este enfoque se le llama “cerebro triuno”

Como influir en lo inconsciente

Cuando se piensa, se imagina o se evoca algo que no sea puramente abstracto (como un problema matemático) siempre se producen emociones (producto del sistema límbico) y reacciones fisiológicas controladas por el “cerebro reptiliano”.

Baste como ejemplo imaginar que cortamos con un cuchillo un limón fresco. O lo que sentimos al recordar un evento desagradable. O bien, qué emociones y respuestas fisiológicas se producen cuando mentalmente anticipamos un evento al que sabemos o creemos que estaremos expuestos.

El concepto de “real” pertenece a nuestro raciocinio, o sea al neocórtex, no al sistema límbico ni a las estructuras del cerebro reptiliano. Estos dos no tienen manera de poner en duda lo que la corteza cerebral proyecta. Para ellos “eso” es real. Como reales son las respuestas fisiológicas que desencadenarán.

De ahí la factibilidad de aprovechar esto para desencadenar de manera intencional procesos psicofisiológicos que nos favorezcan, utilizando nuestra imaginación y nuestra voluntad.

Al conseguir mediante el ejercicio de la voluntad, respirar de manera profunda y completa, conseguimos mejorar la disponibilidad de energía en nuestro organismo.

Cuando mediante el ejercicio de la voluntad logramos detener el diálogo interno, además de facilitar la autorregulación de todas nuestras funciones vitales, conseguimos que las imágenes y sugestiones mentales utilizadas sean inequívocas, claras y persistentes, lo cual desencadenará las respuestas fisiológicas deseadas para restaurar el equilibrio mental y corporal, ayudar a restablecer la salud y contribuir a desaprender un mal hábito o adquirir una nueva capacidad.

Aquello que nuestra corteza cerebral considere como real, al resto del organismo no le queda otro remedio que considerarlo como tal.

Somos seres programables

Todos nuestros saberes, conductas, hábitos y hasta nuestros miedos son producto del aprendizaje.

En última instancia, a nivel cerebral, un aprendizaje no es más que una cierta y determinada conexión entre neuronas. Establecerla lleva gasto de energía, prueba y error además de repeticiones.

Esto es lo que experimentamos como “esfuerzo mental”. Si para facilitar el aprendizaje manejamos la respiración, detenemos el diálogo interno y adoptamos una actitud positiva, favorecida por imágenes mentales y auto-sugestiones adecuadas, el proceso de aprendizaje será más efectivo.

De igual manera, podemos “desprogramarnos”, o sea, deshacer determinadas conexiones neuronales. Como esto conlleva gasto de energía, se experimenta como una sensación de fastidio.

Del mismo modo que en el caso del aprendizaje, cualquier proceso de desaprender se ve muy favorecido controlando la respiración, deteniendo el diálogo interno y utilizando sugestiones e imágenes mentales.

Ayúdese a sí mismo

Ayudarse a uno mismo no solo es el primer derecho humano, sino también el primer deber.

Instruirse en ello para conocer y dominar los métodos más efectivos, es una ganancia neta al alcance de cualquiera.

Tenga siempre presente que nada ni nadie puede hacer más por su persona que usted mismo.

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