lunes, 24 de septiembre de 2018

¿Son más violentas las personas con enfermedades mentales?

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Las falsas creencias que rodean a los problemas de salud mental son responsables del sufrimiento que provoca la creación de tal estigma en las personas afectadas y de que la búsqueda de atención sanitaria y social sea tan limitada, por lo que es primordial luchar contra estas ideas erróneas.

Continuamente en las noticias de hechos violentos de los diferentes medios de comunicación nos encontramos con descripciones del tipo “enfermo mental ataca…”, ”persona con esquizofrenia mata…”, sin embargo nunca encontramos tal referencia cuando la enfermedad que ese hombre o mujer padece es de otra condición, sonando absurda la idea de un titular del tipo “enfermo autoinmune ataca…” o “persona con diabetes mata…”.

Sin embargo, las personas con enfermedad mental, no son más peligrosas en su conjunto que quienes no las padecen, de hecho la gran mayoría no comete actos violentos a lo largo de su vida, apenas un 3-5% del total, siendo estadísticamente inferiores respecto a la población general. Al mismo tiempo, es un hecho que las personas que sufren tales enfermedades, son hasta 12 veces más propensas a ser víctimas de los mismos que aquellas sin diagnóstico.

Antiguamente, cuando el conocimiento de la mente y su funcionamiento era prácticamente nulo, las personas con enfermedad mental eran considerados poseídos por demonios u otros seres malévolos, considerándolas peligrosas, imprevisibles, agresivas y violentas. Conforme ha ido avanzando la ciencia y las especialmente la psiquiatría y la psicología, se han desmentido y explicado esos conceptos, pero aún así el prejuicio ha permanecido en gran parte de la sociedad.

Esto provoca que el estigma asociado al diagnóstico de enfermedad mental se cargue aún más negativamente, generando miedo y preocupación en la gente que desconoce este tipo de enfermedades, y provocando gran dificultad de integración y la marginación de quienes las sufren.

Más allá de los problemas sociales derivados de este mito, desde el contexto jurídico, médico, psicológico y forense ha ido cambiando a lo largo del tiempo la manera de abordar el concepto de violencia y valoración del riesgo de la misma.

Es importante saber la historia y el paradigma que envuelve la conceptualización y gestión de la “peligrosidad” para, como veremos más adelante, relativizar la importancia del diagnóstico y eliminar el estigma asociado a la enfermedad mental respecto a este concepto.

En principio, el término “Peligrosidad” se definía como “perversidad constante y activa del delincuente y la cantidad de mal previsto que hay que temer por parte del mismo. Asociado a un atributo potencialmente persistente e incorregible”.

Nos encontramos así frente a una especie de sinónimo de maldad, con una definición poco concreta y cambiante, y siendo, por lo tanto, un concepto inoperante para contexto jurídico y médico-forense. Lo único que se podría hacer respecto a esto, sería actuar mediante medidas de exclusión social e internamiento, ya que al ser una característica estática propia de la persona, no sería posible su modificación.

Los médicos forenses intentaron evaluarla a modo de capacidad criminal, ya que sería una estructura básica de los rasgos de personalidad, pero sin embargo no pudieron validar una personalidad criminal en sentido científico.

A consecuencia de la poca utilidad funcional de esta definición, se va modificando el referente de peligrosidad, siendo los comportamientos que engloba muy variados y heterogéneos.

En estas circunstancias, se va cambiando el término de “peligrosidad” por el de “valoración riesgo de violencia”, mediante el cual no se trata de pronosticar la reincidencia de la persona que ha cometido el hecho delictivo, si no evaluar el riesgo futuro en que se den las condiciones para volver a reincidir en delitos o comportamientos violentos, mediante una evaluación sistemática y continuada del riesgo de cada persona en cada momento y contexto.

Así deja de ser algo inherente a la persona, y se amplía el espectro de visión y consideración de la influencia en un determinado hecho, teniendo en cuenta que es un estado en el que se añaden y combinan factores personales y situacionales de forma dinámica. Este nuevo término alude a un concepto gestionable y modificable, más idóneo para tratar desde nuestra disciplina.

En cuanto a la valoración y ponderación de los diversos factores, se operativiza el concepto siendo evaluable mediante procedimientos estandarizados o protocolos y guías basadas en evidencias científicas y datos y estadísticas objetivas de las conductas delictivas, analizadas de manera operante, mediante factores dinámicos y/o estáticos de riesgo y/o protección.

Factores de riesgo estáticos: condiciones biológicas, psicológicas y/o sociales cuya modificabilidad es muy limitada, ya sea por su carácter hereditario como son las variables temperamentales (impulsividad, hostilidad, búsqueda de sensaciones, etc.), por pertenecer a la historia evolutiva del individuo (como el estilo educativo parental inadecuado, el fracaso escolar, acontecimientos vitales anteriores, etc.) o por ser condiciones psicopatológicas irreversibles o de evolución negativa (como la demencia, secuelas por traumatismo craneoencefálico, etc.)

Factores de riesgo dinámicos: condiciones biológicas, sociales y/o psicológicas susceptibles de cambio como puede ser que la psicopatología subyacente sea reversible o de buen pronóstico con el tratamiento, distorsiones cognitivas, creencias y valores pro-violencia, eventos vitales estresantes como puede ser encontrarse en una situación de desempleo, etc.

La predicción o valoración del riesgo en el contexto forense desde esta nueva perspectiva, tiene interés para la adopción de estrategias de gestión del riesgo para disminuirlo en la medida de lo posible y así mismo, permite desde el punto de vista psicológico, abordar y poder trabajar en los contextos penitenciarios en términos de relativización de la conducta delictiva y de rehabilitación del infractor, ya que según varias investigaciones, los factores dinámicos muestran una ligera superioridad en cuanto a la predicción de la violencia.

Como hemos visto mediante este breve recorrido por el obsoleto concepto de peligrosidad y los factores asociados, el diagnóstico de enfermedad mental en cualquier caso sería una circunstancia o factor existente entre muchos otros, pero en ningún caso definitorio o determinante en la comisión de conductas agresivas o violentas.

Para finalizar, aquí van unos tips o recomendaciones de la Confederación de Salud Mental de España en consonancia con lo expuesto a lo largo del artículo:

  • No asociar enfermedad mental grave a comportamiento peligroso y delictivo.
  • Ante noticias de sucesos violentos, no establecer juicios -a priori- que vinculen el hecho a una enfermedad mental, si no más bien describir los hechos sin prejuzgar que todo se explica desde la existencia de una enfermedad mental.
  • No utilizar términos inexactos u ofensivos. No calificar a las personas con esquizofrenia simplemente como un esquizofrénico/a, ni a la persona con enfermedad mental como un loco/a, un desequilibrado/a, un demente, un psicópata, o un perturbado/a.
  • Evitar titulares que destaquen injustificadamente aspectos negativos y sensacionalistas. Incluir el problema de salud mental solamente cuando sea imprescindible para entender la información, y nunca con intención morbosa o como elemento de alarma social.
  • No confundir las enfermedades mentales con otras enfermedades, discapacidades o delitos. Enfermedad mental grave no equivale a “deficiencia mental” o “psicopatia”.
  • Ante sucesos violentos e impactantes para la opinión pública, no atribuir automáticamente dichos comportamientos “inexplicables” a una enfermedad mental. A veces, quienes cometen estos actos son responsables de los mismos. Enfermedad mental no es equiparable a “maldad”.
  • Las informaciones deben ilustrarse con imágenes acordes con el contenido. No utilizar imágenes de otras discapacidades, truculentas, lacrimógenas o que reproduzcan las ideas falsas.
  • Fuera del contexto de la salud, no utilizar términos médicos como “esquizofrénico” “depresiva”, “paranoico” o “psicótica” para describir cosas o situaciones, especialmente como descalificación o insulto.

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