miércoles, 11 de enero de 2017

La aventura de la soledad

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Soledad. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.

El otro día, un amigo me contaba que era la primera vez que pasaba la noche y la mañana de Reyes solo, algo que me sorprendió ya que su familia tan sólo vivía a una hora en coche. Con la conversación pude comprobar lo extraño que aún resulta una situación cada vez más extendida: el placer de la soledad.

No la soledad dramática o lastimera a la que podemos estar acostumbrados, sino la verdadera satisfacción de compartir la vida con uno mismo. Eligió de forma voluntaria no compartir con nadie ese día. Envolver sus propios regalos, colocarlos y abrirlos al día siguiente mientras comía tortitas. Un día que parece diseñado para ser vivido en compañía y que supo disfrutar consigo mismo, algo que cualquier otra persona habría vivido de una forma muy triste.

Una sociedad aferrada a la compañía

Vivimos en una sociedad en la que la compañía parece el único camino a la felicidad. Allá donde vayamos, todo cuanto nos rodea, nos recuerda que debemos encontrar una pareja, formar una familia, vivir empalmando un evento social con otro y nunca, nunca quedarnos solos, pese a lo que dicen las estadísticas, y es que el 25% de los hogares españoles están compuestos por una persona que vive sola.

Una soledad en una cultura extremadamente social. Nuestras rutinas más banales siguen estando hechas para ser compartidas y de no hacerlo corres el riesgo de ser tachado de bicho raro. Supermercados llenos de packs indivisibles, de comida siempre en grandes cantidades o restaurantes que sirven ciertos platos sólo a partir de dos raciones, como en aquella escena de Lucía y el sexo en la que el camarero le dice que no hacen paellas para una sola persona.

Con razones como estas, es imposible ir al cine o hacer un viaje solo. Nos vemos forzados a tener un ocio absolutamente social, acostumbrándonos a ello, convirtiéndolo en parte de nosotros, de tal forma que, si nos vemos sin planes una tarde, nos quedamos en casa. ¿Dónde voy a ir yo solo?

¿Existe el miedo a la soledad?

Es ahí, en la absoluta costumbre, donde radica nuestro miedo a la soledad. Un miedo a estar con nosotros mismos, a escuchar nuestra voz interior, o el mero silencio, encontrándolo devastador. Para verlo, sólo tenemos que observar a las personas que están en una sala de espera o que viajan en autobús: están inmersos en sus teléfonos, hablando por Whatsapp, viendo Instagram o leyendo emails. Ocupan cada minuto con las redes sociales porque son incapaces de enfrentarse al silencio.

Como hemos dicho, este miedo tiene su origen en la educación que hemos recibido desde niños. Una cultura que refuerza de forma continua esa creencia, haciendo hincapié en la necesidad de tener siempre a alguien a nuestro lado.

Nos hemos convertido en seres dependientes. Sentimos vacío y miedo cuando no tenemos pareja, nos sumimos en depresiones y nos entra el terrible hambre de la compañía.

Podemos aprender a vivir felices en soledad

Debemos ser conscientes de una cosa y es que, durante toda nuestra vida, siempre habrá un elemento invariable, algo que nunca, pase lo que pase, desaparecerá y ese elemento no es otra cosa que nosotros mismos. Eres tu pasado, presente y futuro. Eres tú el que siempre va a estar. Por eso, disfrutar de tu compañía debe ser parte fundamental de tu vida.

Aprender que cada hecho cotidiano está diseñado para ser disfrutado. Un desayuno en la cama, un concierto, la película que ningún amigo quiere ver, el viaje a Oporto o despertar la mañana de Reyes pueden ser momentos llenos de felicidad, y no es necesario que haya nadie más a nuestro lado para verlo. Tú formas tus experiencias, tus vivencias, tú formas tu felicidad y las demás personas sólo pueden complementarla.

Tienes todo cuanto necesitas para embarcarte en la aventura de la soledad. No necesitas brújula ni mochila, simplemente aprende a escucharte y mirarte, a sonreírte y respetarte y podrás llegar al puerto que tú quieras.

Photo Credit: Chica sóla via Shutterstock

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