miércoles, 18 de enero de 2017

¿Las fotografías afectan la forma en que recordamos nuestra vida?

recordamos nuestra vida

Había una vez un mundo en el que tomar una fotografía era caro y complicado. Una cámara fotográfica era un dispositivo tecnológico delicado y difícil de usar. Revelar las fotografías era un proceso lento y que había que dominar con maestría y que se aprendía lentamente como el trabajo de cualquier artesano experto.

En esa época, tener una o dos fotografías que representaran toda la niñez era ya un lujo. Esas fotografías estáticas, quizá en un lugar turístico o frente a la iglesia el día de la fiesta del pueblo eran un recuerdo puntual y concreto que no afectaba el resto de la construcción de la memoria de nuestra vida. Eran pocas, valiosas, un pequeño tesoro (en un principio en blanco y negro, más adelante en color que desaparecía paulatinamente con el paso del tiempo), que sólo capturaba un momento y no eran desencadenantes de una historia continua.

Poco a poco, la fotografía se fue haciendo más accesible. Los dispositivos de captura se hicieron más fáciles de manipular, y a pesar de que los fotógrafos profesionales sigan siendo los poseedores de una técnica que el resto de las personas no tienen, cada vez más y más personas han adquirido la posibilidad de capturar imágenes en la vida cotidiana.

Cuando las fotografías dejaron de precisar ser reveladas para ser observadas, es decir, con la llegada de la fotografía digital, esta posibilidad se multiplicó hasta el infinito. El límite se va haciendo cada vez menos definido y podemos capturar de forma casi indefinida sonrisas, acciones, lugares, momentos.

Ello tiene sin duda un impacto en la forma en que construimos nuestros recuerdos a largo plazo. En lugar de sólo contar con lo que naturalmente hemos almacenando en nuestra memoria, vamos tomando como auxiliares los cientos (o miles) de fotografías tomadas, compartidas en redes sociales, vistas una y mil veces. Es en ese momento que la frontera entre lo que realmente pasó y lo que narramos con nuestras fotografías, las tomadas, las seleccionadas, las compartidas en redes sociales, filtradas, recortadas, modificadas… se hace cada vez más difusa.

¿Recordamos cómo fue nuestra boda porque hay imágenes, eventos, voces y sonidos grabados en nuestra mente, o recordamos una re-narración de nuestra boda, construida en base a una serie de fotografías vistas una y otra vez?

En una era de saturación de imagen, es innegable que esta imagen afecta al proceso de construcción de recuerdos a largo plazo de nuestra propia vida. Que confiemos a las fotografías parte del trabajo que antes dábamos a nuestra propia memoria. Es tan fácil sólo ver las fotos de nuestro viaje a Madrid en lugar de cerrar los ojos y recrear olores, sensaciones, sonidos y voces. De volver a caminar museos con nuestra mente y sin la ayuda de las trescientas fotografías realizadas.

No es que sea un proceso malo per se, es simplemente que es diferente. Nuestros hijos, a fuerza de ver y volver a ver las fotografías de su primer cumpleaños, podrán recordar esa fiesta, en tanto que personas que hoy en día tienen en torno a cuarenta años, no recuerdan nada de una etapa tan temprana de su vida.

Restará a la Psicología y otras ciencias del comportamiento el analizar la incidencia a largo plazo de este proceso en la forma en que los seres humanos construimos nuestros recuerdos. ¿Podríamos volver a hacerlo sin un caudal casi interminable de fotografías e imágenes?

Photo Credit: Fotografías via Shutterstock

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