¿Cuántas veces te han dicho “tienes que ser más positivo”? Es el consejo más utilizado cuando cuentas que algo malo te ocurre.
“No es para tanto, seguro que todo se pasa, piensa en otra cosa, no te agobies, intenta no pensar, sé positivo…”
Qué fácil nos resulta decirlo cuando no nos pasa a nosotros. Pero cuando estás en medio de tu bucle personal, que vengan a decirte “sé positivo”, casi consigue el efecto contrario y te dan ganas de arrancarle la lengua.
En realidad, tienen toda la razón del mundo pero, que te lo digan tan alegremente, es como cuando te acabas de separar y alguien viene a decirte que lo que tienes que hacer es olvidar a esa persona. Te dan ganas de decir: “ah, gracias, espera que apago el botón y lo doy todo por olvidado”.
No, no es fácil ver el lado bueno de las cosas, nadie nos entrena en la positividad ni nos enseña a ver la botella medio llena. Cuando algo nos va mal solemos ser quejicas e histéricos y, sobre todo y ante todo, muy dramáticos. Y, ¿por qué no? Lo que nos duele nos duele, lo que nos afecta nos afecta y, a veces, es bueno cagarnos un poco en todo, berrear y patalear hasta quedarnos afónicos.
Pero, una vez has pasado la pataleta inicial, ya está. Una vez has descargado todo el drama, también hay que saber parar y hacer caso a ese consejito que, a priori, tanto puede desesperarnos.
¡Vamos a ser positivos!
Ahora viene la parte más importante, ¿cómo lo hacemos? ¿cómo podemos ver el lado positivo de algo que nos está amargando?
Bueno, no te voy a engañar, no hay una fórmula mágica ni un consejo poderoso que solo con escucharlo cambie tu mente. No. Aprender a ser positivo es un trabajo constante, es un esfuerzo y un acto de amor diario hacia ti mismo. ¿Acaso hay algo más prioritario que aprender a dominar tu cerebro?
Vayamos por partes:
Una vez te hayas desahogado y estés exhausto/a de tu propia intensidad, respira y ves a buscar lápiz y papel. (Bienvenidos al trabajo de uno mismo).
Lo primero que vamos hacer es cambiar la perspectiva. En vez de hablar y pensar en nuestros problemas, vamos a hablar y pensar en nuestras soluciones.
No es lo mismo estar invirtiendo tiempo en rayadas tipo: soy un desgraciado/a, todo me pasa a mí, qué mala suerte, qué mala es la vida, todo es una mierda… a invertir tiempo en hacerte algunas preguntas:
¿Tengo alguna responsabilidad en lo que ha pasado?.
¿Puedo hacer algo para arreglar la situación? ,si puedo hacer algo, ¿qué puedo hacer? y, si no puedo, ¿qué puedo hacer para sentirme mejor?.
¿He vivido alguna situación parecida en el pasado?, ¿he sobrevivido?.
¿Está en mi mano que no se repita la situación?, si está en mi mano ¿qué puedo hacer para que no se repita? y, si no lo está, ¿qué puedo hacer para tomármelo mejor la próxima vez?.
Claro está que todo esto se ha de hacer en frio, cuando uno está tranquilo. Si pretendes ser positivo justo en el momento en el que te pasan las cosas, es otro cantar y otro nivel. Para eso tienes que haber practicado tantas veces que las preguntas te vengan solas. Y eso necesita tiempo y muchas preguntas .
Lo segundo que vamos hacer es hablarlo con alguien. Porque oírlo en voz alta nos ayudará a saber cómo nos hacen sentir nuestras conclusiones, pondremos en orden los pensamientos y haremos real todo lo reflexionado. Piensa que decírselo a los demás nos obliga a enfrentarnos con nosotros mismos.
Para decirlo en voz alta debemos elegir a una persona adecuada. No elijas a alguien que te diga a todo que sí o a todo que no. Cuéntaselo a alguien que te escuche sin pretender influirte con sus consejos u opiniones. A una persona totalmente ajena al problema y alguien que no te haga sentir mal por cometer errores. Sin duda es bueno escuchar a los demás, pero los demás no son tú ni están en tu situación.
Intenta ser lo más honesto y transparente posible y habla abiertamente de tus reflexiones, de tus aciertos y de tus errores, habla de cómo crees que puedes sentirte mejor y habla de todo aquello que sí está en tu mano hacer o cambiar.
Puede que cuando termines tengas una sensación liberadora o puede que te quedes hecho polvo, pero seguro que tienes las ideas un poquito más claras.
Y lo tercero que vamos hacer es premiarnos. Porque sí, porque después de hacer el gran esfuerzo de pararte a reflexionar y luego contárselo a alguien, lo que nos merecemos es un enorme premio, porque sí, porque no hay que navegar en la culpa ni en el drama eternamente. Porque sí, porque mimarse y quererse es una obligación.
Pégate una comilona, ves a ver una película al cine, sal a cenar con amigos, cómprate un libro que te guste… Prémiate con algo bueno y positivo para ti. Tú eres la persona más importante de tu vida.
Y, cuando esa noche te sientes en tu cama, sé consciente, sé consciente y sé consciente de que has sido positivo, porque ser positivo es sacar partido a las cosas que te suceden en vez de lloriquear por las esquinas. Ser positivo es aprender de los errores y ser positivo es levantarte con las ideas mejor colocadas para la próxima vez.
Y no, no te des por vencido solo porque cuando te vuelva a pasar algo te vengas un poco abajo y entres en tus bucles otra vez. Lo importante no son las veces que lloriquees, lo importante son las veces que te seques las lágrimas para acordarte de que hay una forma en la que puedes ser positivo. Y empieza por serenarte y coger lápiz y papel.
Photo Credit: Chica sonriendo via Shutterstock
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