Juventud, divino tesoro. Así caracterizan muchos a esta etapa de la vida, con un montón de atractivos y posibilidades, pero sin dudas, también con un montón de ideas equivocadas que rondan de boca en boca, y también de generación en generación.
Pero no solo existen opiniones positivas acerca de lo que representa ser joven, o de cuán añorada es conservar la juventud. El tema se refiere fundamentalmente a la conocida frase “la juventud está perdida”, otra que a fuerza de repetirla, muchos consideran como la gran verdad.
Y es que el detrimento de los valores, del respeto por las normas de convivencia, de la disciplina, es preocupante, y se ve a los jóvenes de hoy, como los principales portadores de estas lamentables conductas, pero no es exactamente así.
Sobre los jóvenes y sus comportamientos se opina, se discute, es un debate que siempre está presente. Los medios de comunicación masiva efectúan acciones específicas para jóvenes, con el objetivo de educarlos, de instruirlos, de encaminarlos.
No obstante todos estos intentos, la educación empieza por casa, eso ya usted lo sabe. Al respecto el profesor y reconocido psicólogo cubano Manuel Calviño, realizó un escrito que data ya de algunos años, pero con total vigencia. Es un artículo que se titula “Falacias de la juventud”, y que aparece en el libro “Vale la pena. Escritos con psicología”, que les recomiendo a todos los que gusten de las reflexiones del profesor.
Falacia significa falsedad, mentira, invención, embuste, por lo que hace referencia a ideas que no son ciertas, pero que se creen como si lo fueran, y además de eso, se repiten.
Una de estas falacias, o ideas falsas, es aquella de que todos los jóvenes son iguales, y que hacen lo que se les ocurre sin pensarlo 2 veces y sin medir consecuencias.
Creencia que generaliza de manera prejuiciosa a los jóvenes. Ser impulsivos es una característica de la juventud, porque son temerarios, y porque si algo les sale mal, piensan que tienen todo el tiempo del mundo para solucionarlo, por eso se arriesgan.
Pero hay muchas personas adultas, incluso adultos mayores, que aún son impulsivos y que actúan sin medir las consecuencias. También se considera que a los jóvenes solo los motiva el baile y la diversión, andar de fiesta. Otra idea errónea. Es cierto que eso los motiva, es una buena edad para experimentar cosas nuevas, salir y reunirse con amigos.
Pero los jóvenes también se sienten retados, les gusta probar sus habilidades en el estudio o el trabajo, sacar buenas notas, mostrar su eficiencia o inteligencia. Los jóvenes se apasionan, se comprometen y defienden lo que para ellos es correcto, eso sí, mientras que no sea impuesto o absurdo. Les motiva el futuro, llegar a ser buenos y reconocidos profesionales o de algún oficio, lo que no entra en contradicción con que les guste verse bien y estar a la moda.
Muchos opinan que los jóvenes no aprecian lo que se les da, y que por eso son en ocasiones desagradecidos. Lo que sucede es que la juventud, como etapa, se caracteriza como enemiga del formalismo, sobre todo si es solo por aparentar, y no basado en una convicción real.
A los jóvenes como grupo poblacional no les agrada mucho la hipocresía, por lo que cuando reciben algo que no aprecian, les cuesta agradecerlo porque no le ven una utilidad. Además, les gusta más ganarse las cosas, y es algo que debiera fomentarse por parte de la familia, pues esa cantidad de presentes que a veces se hacen a los hijos, sin habérselos ganado, solo crea en ellos egoísmo, narcisismo y además, falta de agradecimiento.
También se dice que los jóvenes son contestones y que todo lo discuten. Una de las características que los definen, es la polémica. A los jóvenes les gusta cuestionar todo lo que no entienden, por eso se ven como caprichosos y sabiondos; pero sin contradicción, es imposible un cambio, un desarrollo de algo. Incluso sería mejor que los adultos, no perdieran la mirada crítica a las cosas, y actuaran para cambiar todo aquello que les molesta, como quieren hacer los jóvenes que a veces se frenan en los centros de trabajo.
Esto se relaciona con otra falacia, pues se considera que los jóvenes no escuchan a los más viejos, quieren hacer las cosas solos. Que los jóvenes no quieran escuchar, tiene que ver también con la forma en la que se le dicen las cosas. Es cierto que son testarudos, pero si el adulto está interesado en ser escuchado y comprendido, tiene que adecuar su comunicación.
Lo que sucede muchas veces, es que se pretende imponer, dando como excusa la experiencia de la edad, y así, se dificulta negociar. Tampoco es cierto que los jóvenes siempre cometen errores evitables, porque no tienen la experiencia necesaria. Cualquiera puede cometer errores, de hecho muchos errores se cometen por confiarse, por creer que se tiene experiencia de sobra y que ya todo se ha aprendido, ya lo dice el refrán “en la confianza está el peligro”. Algo que se aplica también en este caso.
Todos los jóvenes no son iguales, así que esa es la principal falacia o embuste. Por tanto se debe renunciar al impulso de generalizar, y de comentar, impulsivamente, que la juventud está perdida, porque es falso e injusto.
Los jóvenes son un reflejo de las sociedades, pues se parecen más a su tiempo que a sus padres. Esto pone la mirada en un punto interesante, y es que las sociedades también son el reflejo de todos los que la componen, incluyendo por supuesto a los adultos y personas de edad, cuya misión es educar con el ejemplo, no solo a sus hijos, sino a todos los que les rodean.
Esa creencia de que los jóvenes están desmotivados y no hacen nada por mejorar su comportamiento social, pues no hacen lo que deben hacer aunque se les diga por su bien, debe ser revisada y analizada con cuidado.
Para los que hoy son adultos, la invitación de reflexión final, es que piensen en cuando fueron jóvenes, pero no para comparar y ver las claras diferencias, evidentes pues son tiempos distintos; sino para que recuerden que es muy difícil hacer algo que no se desea o no se necesita, solo porque otro lo dice.
Mientras se siga imponiendo, con rigidez, lo que otro piensa qué es lo que se debe hacer, los jóvenes harán gala de su rebeldía y si obedecen, es de mala gana. Para que se comprometan con hacer algo por su propia vida, por ser buenos ciudadanos, por ser responsables, no se debe aspirar a que sean esclavos de la voluntad de otros, o que solo vean cómo los malos ejemplos siguen impunes.
Para promover un cambio positivo en el comportamiento de los jóvenes, es imprescindible favorecer en ellos el deseo y la necesidad de cambiar.
Si les va bien de desocupados, irresponsables, parranderos y maleducados, así seguirán hasta que lo decidan. Es algo que lleva tiempo, y el esfuerzo mancomunado de familia, escuela e instituciones, promoviendo el diálogo y la exigencia, no la resignación. Lo que atenta contra la ética, las normas sociales y los valores, debe combatirse desde el pedacito donde cada quien vive.
La ofensiva es contra los comportamientos indisciplinados, vulgares e inadecuados de los más jóvenes y de los no tan jóvenes, que además, tienen la mayor responsabilidad de todas: educar.
Bibliografía
Calviño, Manuel (2013) Vale la pena: escritos con psicología. 3ra ed. Editorial Caminos, La Habana, Cuba.
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