miércoles, 21 de noviembre de 2018

El vínculo entre Paciente y Terapeuta: factor clave para la sanación

psicóloga y paciente

En esta oportunidad compartiré algunas reflexiones respecto del vínculo que se establece entre paciente y terapeuta, a partir de mi experiencia de trabajo en la clínica, situación que se convierte en espacio de aprendizaje diario.

Es sabido que dicha relación constituye un elemento fundamental en el inicio y desarrollo del proceso terapéutico ya que interviene de manera relevante en la promoción y consecución de un espacio de a dos; un espacio que permite el despliegue de aquello que convoca a ambos en un hacer, en un pensar, en un interrogarse.

Así, podemos observar que mucho de lo que le ocurre al paciente se manifiesta en su forma de relacionarse con el terapeuta, sirviendo este vínculo como herramienta diagnóstica y de curación, además de proporcionarle un ámbito de escucha, de escucha activa, que permite un “darse cuenta” de aquello que es, de aquello que se da y de aquello que cuenta.

Curar deriva del latín “curare” que significa “cuidar”, y es así, que nos resulta factible pensar la cura que brinda el vínculo terapéutico como un espacio donde se cuida. ¿Qué se cuida? Se cuida al sujeto que demanda la consulta, se lo cuida en su pensar, en su reflexionar, en su decir, en su hacer, en su querer estar bien y ser feliz.

Se cuida aquello que se promueve como posible, es decir, contar con un espacio para verse siendo lo que es y para darle curso a su deseo.

Este modo de pensar la cura nos permite acercarnos a una mirada más amplia de los conceptos de salud y enfermedad, ya que no nos limitamos a entender la misma tan sólo como la ausencia evidente de enfermedad sino más bien como un proceso de aumento de bienestar, de mayor inquietud respecto del conocimiento de uno mismo, de un querer pensarse, de un querer interrogarse y de un momento de reflexión sobre la vida diaria.

¿Cómo este vínculo hace lugar a dicho proceso? El sujeto llega a la consulta a partir de un no saber que lo impulsa y con una serie de elementos en su imaginario respecto de lo que encontrará, tanto en el espacio físico, en relación a la persona del terapeuta que lo recibirá, y también de sí mismo; todo esto le otorga a su demanda características propias y particulares que hablan de él como sujeto y que contiene valiosa información acerca de lo que vendrá en el transcurso del proceso.

El terapeuta toma esta demanda propia y a partir de allí la “cura” adviene en presencia, regida por los tiempos del deseo de cada uno de los participantes. Entonces, en esta trama que otorga el vínculo, el terapeuta sostiene desde lo psíquico a un sujeto que demanda un saber respecto de sí mismo del que cree que el terapeuta sabe algo; y el sujeto sostiene desde su demanda un espacio donde el verse a sí mismo se transforma en una experiencia que puede ocurrir.

Por otro lado, sabemos que este vínculo en cuestión, se encuentra atravesado por la dimensión afectiva, en él aparecen antiguos modos de relación propios de etapas anteriores de la vida del sujeto que consulta.

Esto es lo que le permite colocar las cartas sobre la mesa, dar cuenta de aquello que lo aqueja y le genera malestar, y ocuparse de ello, y en este ocuparse el terapeuta cuenta con un lugar significativo, el de aquel que sabe qué hacer con lo que el paciente trae en la demanda y representa en el proceso, con esos afectos que traslada y deja allí, con aquello sobre lo que quiere saber algo, con lo que no le permite ser feliz, con lo que necesita ser “curado”.

Cada malestar implica imaginariamente y simbólicamente una necesidad de curación, un algo que no anda bien y que debe ser eliminado para poder continuar con la vida, con los proyectos personales, con la realización propia, con el desarrollo laboral y familiar, con una calidad de vida satisfactoria.

Esto se pone en juego en el vínculo terapéutico, así sin más. Se abre un interjuego, un espacio de a dos, donde el saber empieza a circular, donde las preguntas devienen y se sostienen en un dispositivo que cuida y que se retroalimenta de las mismas; un entramado donde se mezcla lo intra-subjetivo y lo inter-subjetivo en un mundo singular y único, donde las palabras comienzan a circular y el decir se hace posible, un decir que implica tanto al paciente como al terapeuta, una palabra que los reúne en un tiempo y en un espacio acordado, y que los trasciende en un trabajo continuo, el de crecer.

Muchos pacientes llegan a la consulta con un pedido de ayuda respecto de algo que creen poder identificar y nombrar, y es así, que a través de la experiencia terapéutica descubren que aquello que creían saber o conocer, no era en realidad lo que requería ser curado; encuentran otras razones, otros motivos que condicionan su ausencia de bienestar y su sufrimiento, y el darse cuenta tiene lugar.

Un proceso sin retorno, y en este punto, es de gran valor independientemente del marco teórico que lo avale y del encuadre que se utilice. Así, comienza  y se acrecienta la experiencia de la “curación”.

¿El vínculo entre paciente y terapeuta cura? Sí, sin dudas. Es una conclusión que se sustenta en la experiencia clínica. Un trabajo de a dos, un trabajo con las diferencias y con las similitudes. Un trabajo con uno mismo y con el otro. Una demanda. Una necesidad. Un deseo que comienza a aparecer.

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