Todos en algún momento de nuestras vidas, nos hemos visto expuestos a situaciones que nos producen frustración y que nos resultan aversivas.
Son situaciones en las que nos sentimos como si todo escapara a nuestro control; entonces experimentamos, sin ser muy concientes de ello, un incremento del tono muscular general, mayor tensión en determinados grupos de músculos como en la mandíbula y los maseteros.
Nuestra respiración se torna más agitada y nuestro corazón empieza a latir con mayor frecuencia, nuestra adrenalina se ve incrementada al igual que nuestra fuerza muscular.
Nuestros labios se tornan tensos y contraídos y se experimenta una dilatación de los orificios nasales; todo se nubla ante nuestros ojos, y entonces sentimos un ardor en la barriga como si de vértigo se tratara.
Nuestra mente se queda en blanco y nuestro cerebro emocional le gana la carrera a nuestro cerebro racional y entonces estamos a punto de explotar o terminamos explotando en un ataque de…
¿Alguna vez has experimentado esto pero no has sido muy consciente de cada una de esas sensaciones?
Pues déjame decirte que has sido víctima de las consecuencias de una de las emociones más básicas pero a la vez más importantes para nuestra supervivencia: la ira.
La ira se experimenta fisiologicamente en la barriga, como vértigo, curioso ¿verdad?
Entonces te preguntarás: pero si en ocasiones la ira deja lamentables consecuencias en nuestras relaciones interpersonales, ¿cómo no pensar que se trata de una emoción negativa?
Aunando un poco más en el tema de las emociones, éstas son todas necesarias para el correcto equilibrio de nuestro cuerpo.
Las emociones etiquetadas popularmente como negativas: la ira, el miedo, la tristeza, no son en sí mismas negativas, lo negativo es la manera cómo, al experimentarse en nuestro organismo, dejamos que ellas tomen el control de la situación presente y que atraviesen el umbral de lo socialmente permitido, entonces nos damos cuenta que efectivamente hay algo que debemos hacer.
Controlar la ira: Tomando las riendas de la situación
Las Terapias de tercera generación han comenzado a utilizarse con una progresiva expansión en la Psicoterapia y también a un nivel más popular.
El Mindfulness, una de dichas terapias, ya se imparte con obligatoriedad en las escuelas en países como Estados Unidos y es cada vez más conocida en España.
El Mindfulness nos ayuda a “anticipar” emociones como la ira, procurando que nos acerquemos al conocimiento de la fisiología de las misma y entonces que profundicemos en la manera como actúa en nuestro cuerpo, pero sobre todo, que veamos cómo empieza a desplegarse por nuestro organismo en sus primeras fases, para así, a través de nuestro cerebro racional, aprender a ” ponerle freno” en el momento en que es necesario hacerlo
La práctica regular del Mindfulness ayuda a que tengas un mayor conocimiento de ti mismo a través de la meditación y la concentración.
El Mindfulness no es relajación, el Mindfulness no es meditación pura, el Mindfulness te guía para estar más concentrado y atento a lo que sucede justo en el momento presente, sin juicios ni valoraciones, un ” todo está bien”.
Te ayuda a ver situaciones caóticas de una manera más natural, cambiando los juicios que haces de las cosas y cambiando su perspectiva, de manera que en momentos claves no te sientas identificado ni con pensamientos ni con emociones que no te pertenecen.
Recuerda las palabras de un viejo proverbio Quimbaya: ” tus emociones y pensamientos son visitantes, son pasajeros; en lo mas profundo de tu ser el universo externo danza al ritmo de tu interior; tu esencia es sólo paz y armonía girando al unísono con el perfecto fluir de esa fuerza natural que llamamos VIDA”
Photo Credit: Heather West
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