Si has acabado leyendo esta página es porque te sientes solo o sola. Probablemente hayas buscado en Google “me siento sola” y ha aparecido este artículo.
¿Es la primera vez que te sientes así? Nuestras vidas son viajes que nos llevan por caminos que no podemos imaginar. Ojalá no pasara, pero a veces nos toca hacer parte de ese viaje solos. Ya sea porque nos quedamos sin amigos, sin pareja o incluso sin familia. Hay muchas personas solas. Sólo en España, cuatro millones de personas (una de cada 10) se ha sentido sola en el último año.
La fragmentación social actual de los lazos sociales fomenta un sentimiento de soledad que limita nuestras vidas. No estamos solos, sino que nos sentimos solos. La diferencia es la intensidad y la satisfacción que recibimos en la relación con los otros.
Hoy me gustaría hablar de la soledad porque es una de las razones que lleva a algunos a buscar pareja. Es normal que no nos guste estar solos y que prefiramos vivir en compañía. Cuando lo que nos impulsa a buscar esa compañía es una huída, puede que nos lancemos a los primeros brazos que aparezcan. Y eso siempre es una mala idea que puede derivar en una relación tóxica.
Hoy te propongo hablar y pensar sobre la soledad, para no tenerle miedo, entenderla y aprender a manejarla. Lo hago desde mi experiencia de haber superado el temor a la soledad, gracias a distintas modalidades de desarrollo personal.
A lo mejor no necesitamos aspirar a “encontrar compañía en nosotros mismos”, como dijo el escritor. Quizá simplemente sea suficiente aprender a vivir la soledad con serenidad.
¿Existe el miedo a la soledad?
Es ahí, en la absoluta costumbre, donde radica nuestro miedo a la soledad. Un miedo a estar con nosotros mismos, a escuchar nuestra voz interior, o el mero silencio, encontrándolo devastador. Para verlo, sólo tenemos que observar a las personas que están en una sala de espera. O aquellas que viajan en autobús: están inmersos en sus teléfonos, hablando por Whatsapp o leyendo emails. Ocupan cada minuto con las redes sociales porque son incapaces de enfrentarse al silencio.
Este miedo tiene su origen en la educación que hemos recibido desde niños. Una cultura que refuerza esa creencia, haciendo hincapié en la necesidad de tener a alguien a nuestro lado.
Nos hemos convertido en seres dependientes. Sentimos vacío cuando no tenemos pareja, nos sumimos en depresiones y nos entra el terrible hambre de compañía.
Ya para acabar, insistir en que el miedo a la soledad es superable. Yo era de esas personas que dormía con la luz encendida. Para quien un fin de semana sin planes era un verdadero desastre. Consideraba que estar sin pareja era una catástrofe.
Con el tiempo y distintas técnicas de crecimiento personal y meditación no sólo he superado el miedo a la soledad, sino que he pasado al extremo contrario: mudarme sola al extranjero, ir al cine, a restaurantes, viajar… Y la sensación de libertad es tan dulce, que uno se arrepiente de no haberlo hecho antes.
La paradoja es que cuando te atreves a vivir tu vida de forma independiente y libre de miedos, es cuando más crece tu red con nuevas relaciones.
Una sociedad aferrada a la compañía
Vivimos en una sociedad en la que la compañía parece el único camino a la felicidad. Allá donde vayamos, todo nos recuerda que debemos encontrar pareja y formar una familia. Sin embargo, las estadísticas sostienen que el 25% de los hogares españoles están compuestos por una persona que vive sola.
Nuestras rutinas más banales siguen estando hechas para ser compartidas. Supermercados llenos de packs indivisibles, o restaurantes que sirven ciertos platos sólo a partir de dos raciones. Como en aquella escena de Lucía y el sexo en la que el camarero explica que no hacen paellas para una sola persona.
Con razones como estas, es imposible ir al cine o hacer un viaje solo. Nos vemos forzados a tener un ocio absolutamente social, acostumbrándonos a ello, convirtiéndolo en parte de nosotros. Si nos vemos sin planes una tarde, nos quedamos en casa. ¿Dónde voy a ir yo solo?
Me siento sola: los Riesgos de la Soledad
Es bien sabido por cualquier profesional dedicado a la psicología que la gregariedad ofrece infinitos beneficios a la especie humana. Sensibilidad, satisfacción, seguridad, cariño y poder son algunos ejemplos.
Es importante saber hasta qué punto la soledad puede afectarnos de manera negativa en nuestro desarrollo evolutivo. Un gran porcentaje de todo lo que aprendemos en la vida proviene de otras personas (de nuestros padres, profesores, amigos o, simplemente, de desconocidos).
Hay varias razones para no dejar que una situación de aislamiento se prolongue demasiado tiempo:
A) La soledad limita tu vida
El problema de la soledad es que nos falta esa red de apoyo, tanto material como afectiva, que necesitamos, como seres sociales que somos.
Esa red de relaciones apuntala nuestras vidas y las hace más llevaderas. Seguro que conoces casos de personas que, gracias al apoyo económico y afectivo de su gente, han podido salvar situaciones difíciles de pérdida de empleo.
“La desgracia compartida, es menos sentida”, reza el dicho
B) La soledad te impide vivir de acuerdo a tu naturaleza
Somos animales sociales. Esa es nuestra naturaleza.
Hay otros animales de vida solitaria, como el tigre: vive solo, y sólo está con otros miembros de su especie para reproducirse; luego regresa a su vida solitaria. Nosotros somos una clase de animal bien distinta. Estamos “diseñados” para la vida compartida, en conexión con otras personas.
Y por eso, las situaciones de aislamiento nos afectan: son una anomalía para nosotros. Si se prolongan demasiado o no les ponemos remedio, la soledad nos llega a causar malestar psicológico.
C) La soledad perjudica tu salud
Muchos hablan ya de la soledad de nuestras sociedades actuales. Incluso algunos expertos creen que es una nueva epidemia social como son la obesidad o a la depresión.
Una investigación sostiene que la soledad es tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos cada día o sufrir alcoholismo. ¿No te parece increíble cómo el bienestar psicológico influye sobre nuestra salud total?
Se ha demostrado que el aislamiento es realmente perjudicial. El apego de la figura materna es de vital importancia para el desarrollo psicológico de las personas. Ya lo decía Aristóteles: “el hombre es un animal social”.
Diversos autores han incluido el cariño de los otros como un requisito elemental para el desarrollo del niño. Lo han situado al mismo nivel que la alimentación. Debemos tener presente que es inimaginable que un niño llegue a ser adulto sin el concurso de otros adultos.
Cierto es que el apego con la madre no dura toda la vida sino que se diluye con el tiempo. Sin embargo en nuestro interior permanece la vertiente emocional. Seguimos sintiendo la necesidad de buscar apoyo y compañía, el contato social, el reconocimiento y el cariño.
Kingsley Davis cuenta una historia que merece la pena escuchar:
Ana e Isabel eran dos hijas ilegitimas de familia muy poderosa. Debido a la reputación de ésta, se aconsejó mantenerlas en el más terrorífico vacío social. Ambas pasaron los primeros seis años de sus vidas recluidas en diferentes cuartos sin ningún tipo de contacto con el mundo exterior, salvo Isabel que vivía con su madre sordomuda. Ésta se aseguraba se darle a la niña los cuidados alimenticios e higiénicos más elementales, pero no dejo ni rastro de cariño, atención, instrucción o posibilidad de movimiento. Cuando fueron descubiertas, ninguna sabía hablar ni podía moverse.
Además, no mostraron ningún tipo de habilidad intelectual y se mostraban apáticas, indiferentes a todo, inexpresivas, temerosas y hostiles con cualquiera que se les acercara, especialmente si era hombre. Tras un periodo de entrenamiento, Ana aprendió a caminar, a identificar colores, a producir frases sueltas y cierta higiene personal. Murió a los diez años. Isabel, sin embargo, consiguió el suficiente desarrollo como para ingresar en el sistema educativo regular, ¿casualidad?
Tras este particular caso, Davis nos dejaría una cita para la posteridad: “la mayoría de los rasgos que consideramos constituyentes de la mente humana no se encuentran presentes a menos que sean colocados allí por el contacto comunicativo con los demás”.
Casos similares, como el de “Víctor de Aveyron”, esconden el mismo mensaje. Tras conocerlos comprendemos que para desarrollarnos como personas con una estructura psicológica adecuada necesitamos de la presencia de otros.
D) La soledad te hace sentir aislado
La soledad esta asociada al vacío y la tristeza, causa temor y desesperación sobre todo cuando ha sido postergada durante un largo periodo de tiempo.
Es importante no confundir la soledad con el aislamiento. Aislarse es un modo de evitar la soledad. La soledad no excluye necesariamente al otro, como ocurre cuando uno se aísla de los demás.
Podemos aislarnos de muchas maneras, sin que haya la mínima realización de soledad. Por lo tanto, no es lo mismo “estar solo” que “sentirse solo”. Al igual que tener muchos amigos significa no estar solo.
Lo que cuenta en todo esto es la intensidad y satisfacción en la realización con los demás. La dificultad para estar solo, tanto como las dificultades para relacionarse con otras personas, forma parte de los aspectos centrales de la soledad.
Nuestra necesidad de estar acompañados responde al hecho de que no podemos alcanzar nuestras metas sin la ayuda de otras personas. Dichas metas van desde aprender lo básico (andar o hablar), hasta, por ejemplo, cumplir el mayor sueño de nuestra vida.
Todo nuestro mundo funciona gracias a que existen más personas como nosotros y eso favorece nuestra supervivencia. Necesitamos desesperadamente hallarnos en presencia física de otros.
Cómo desarrollar una red de relaciones
Una vez que hemos satisfecho nuestras necesidades de supervivencia, nacen en nosotros otro tipo de necesidades igual de importantes: las necesidades sociales.
¿Qué podemos hacer cuando no tenemos a nadie con quien hablar, con quien compartir tiempo libro, con quien salir? Podemos desearlo intensamente, pero eso no es suficiente. Hay que ponerse en marcha.
¿Has oído alguna vez esa expresión de “cultivar las relaciones”? Nos relacionamos con otros de forma tan instintiva que casi nos olvidamos de que las relaciones “se hacen”, no llegan solas.
Cuando nos hemos quedado solos, nos toca volver a construir nuestro círculo de relaciones, tal vez desde cero.
¿Cómo podemos volver a construir esa red de afectos y de intercambios?
1. Sin prisas
Lanzarse a los brazos de la primera persona que pasa nos pone en riesgo de intimar con alguien a quien no conocemos bien. Puede entonces puede que nos encontremos con la desagradable sorpresa de que la relación no funciona tan bien como pensábamos.
Eso también se aplica a las relaciones de amistad. Toda relación humana tiene un tempo, un ritmo: se va desarrollando de forma progresiva.
Primero tenemos que compartir tiempo y experiencias para conocernos. Luego poco a poco se dan la intimidad, y se desarrollan la confianza y el afecto.
Para evitar malas experiencias es mejor no quemar etapas, entregando nuestra confianza antes de tiempo.
2. Sin cerrarse en uno mismo
A veces ocurre. Hemos tenido una mala experiencia, o nos sentimos vulnerables, inseguros. Y nos quedamos entre cuatro paredes porque es ahí donde sabemos que no pasará nada.
Y efectivamente, nada pasa. Ni nadie.
Para hacer crecer nuestra red, tenemos que ir adonde están las otras personas. Y no sólo eso: debemos ir con una actitud abierta, con ganas de estar en compañía de otras personas y de relacionarnos con ellas.
3. Con valentía
Es verdad, a veces, la vida nos pone a prueba. No es fácil ir uno solo a encuentros con personas que no conoce, para hacer actividades o nuevos amigos. Es la verdad. Pero eso no quiere decir que sea imposible.
O a veces te puedes ver obligado a hacer actividades por tu cuenta porque no tienes a nadie con quien hacerlas.
Tal vez te has mudado de ciudad o de país. O has roto una relación y perdiste el contacto con tus amigos. Y estás solo pero querrías salir de casa para ver una película o comer a un restaurante. Deja de decirte a ti misma “me siento sola” y actúa.
Según el país o el lugar donde vivas, que una persona salga sola se ve con mayor o menor aceptación.
La cultura latina tolera mal la soledad, nos gusta muy poco estar solos. Por el contrario, la cultura anglosajona ve con buenos ojos hacer cosas en solitario. Son muchas las personas que están acostumbradas a actividades en solitario, como viajar, ir al cine, a restaurantes… Y no les pasa nada.
Siempre debemos valorar nuestro entorno, y ver si salir solos puede ponernos en riesgo. Pero eso no es lo habitual. Lo habitual es que nuestro miedo tenga más relación con lo que puedan pensar de nosotros que con una amenaza real.
4. Con inteligencia
Podemos aprender a sacarle partido a los pequeños momentos y encuentros fugaces con otras personas.
El trato o la conversación con la persona que nos vende el pan o nos sirve el café. Con las personas desconocidas con las que a veces cambiamos unas palabras. Son pequeñas pinceladas de compañía que pueden ayudar a mitigar que te sientas sola.
También podemos compartir la presencia de otras personas en silencio, sin llegar siquiera a hablar con ellas. Sentarse en un parque un domingo, en un día soleado, cuando toda la ciudad ha acudido allí a disfrutar el buen tiempo, es una forma muy hermosa de sentirse parte de la familia humana, sintiéndose un miembro valioso de una comunidad de iguales.
Cuando somos capaces de sentirnos así, como una persona valiosa que por circunstancias vitales, está viviendo un momento con pocas relaciones, no culpamos a los otros de nuestra soledad, ni pretendemos que arreglen nuestra situación.
Entonces es cuando podemos dejar que las relaciones se desarrollen a su ritmo. Nos sentimos solos, pero conectados. Sentimos la confianza de que pronto haremos nuevas amistades y cultivaremos relaciones importantes para nosotros. Este tipo de soledad no causa sufrimiento. Tal vez sintamos que nos falta algo importante, pero eso no llega a provocarnos dolor.
Beneficios: el Camino de la Soledad
Todos en algún momento de la vida hemos transitado por el camino de la soledad, una experiencia de desarrollo personal que nos abre las puertas al despertar interior desconocido. Algunas personas están convencidas de que la soledad es mucho mejor que el hecho de sentirse mal acompañado.
Cuando nos rodeamos de gente seguimos las creencias de los demás para no romper con la dinámica de grupo. La soledad, en cambio, significa abrirse al pensamiento propio y original.
El otro día, un amigo me contaba que era la primera vez que pasaba la noche y la mañana de Reyes solo. Algo que me sorprendió ya que su familia tan sólo vivía a una hora en coche. Con la conversación pude comprobar lo extraño que aún resulta una situación cada vez más extendida: el placer de la soledad.
No la soledad dramática a la que podemos estar acostumbrados, sino la satisfacción de compartir la vida con uno mismo. Eligió de forma voluntaria no compartir con nadie ese día. Envolver sus propios regalos, colocarlos y abrirlos al día siguiente mientras comía tortitas. Un día que parece diseñado para ser vivido en compañía y que supo disfrutar consigo mismo. Algo que cualquier otra persona habría vivido de una forma muy triste.
La soledad es la fuente de las inspiraciones
Las personas somos seres sociales, pero tras pasarnos el día rodeados de gente, atentos a las redes sociales y conectados al móvil, la soledad ofrece un espacio sanador de reposo. Algunas personas que han experimentado la soledad han creado obras de arte y se han descubierto a sí mismos.
Tenemos la creencia de que toda creatividad y productividad proviene de un lugar extrañamente sociable. Sin embargo, la riqueza creativa que surge de la soledad es el ingrediente crucial de la creatividad. La soledad para algunas personas es tan importante, como el aire que respiran.
La soledad te ayuda a conquistar tu libertad
Cuanto menos solo estás, más te cuesta estarlo. Sin embargo, cuando estas a solas contigo mismo es cuando eres completamente libre.
La vida se organiza y se construye en las relaciones interpersonales. Nuestra conducta está configurada, en gran parte, por la vida con los otros; así como nuestras creencias.
Las relaciones permanentes generan expectativas y crean lazos que consolidan certidumbres. Por ello nos permiten construir un sentimiento de continuidad, de protección y seguridad.
Si toleramos el aburrimiento y el vacío seremos capaces de desarrollar algo nuevo. Aprenderemos a desintoxicarnos de un mundo lleno de estímulos y de sobrecarga informativa. La soledad no presenta de modo sistemático una connotación negativa.
“Estar solo” es algo que se aprende. Uno aprende a estar solo, a soportar el sentimiento de soledad y también a aprovecharlo de buena manera. En el camino de la soledad dejamos ese espacio en blanco para escuchar sin interferencias lo que sentimos y necesitamos.
Es posible aprender a vivir en soledad
Debemos ser conscientes de que durante toda nuestra vida, siempre habrá un elemento invariable: nosotros mismos. Eres tu pasado, presente y futuro. Eres tú el que siempre va a estar. Por eso, disfrutar de tu compañía debe ser parte fundamental de tu vida.
Aprender que cada hecho cotidiano está diseñado para ser disfrutado. Un desayuno en la cama, un concierto, la película que ningún amigo quiere ver, el viaje a Oporto o despertar la mañana de Reyes pueden ser momentos llenos de felicidad. No es necesario que haya nadie más a nuestro lado para verlo. Tú formas tus experiencias, tus vivencias, tú formas tu felicidad y las demás personas sólo pueden complementarla.
Tienes todo cuanto necesitas para embarcarte en la aventura de la soledad. No necesitas brújula ni mochila. Simplemente aprende a escucharte y mirarte, a sonreírte y respetarte. De esta manera podrás llegar al puerto que tú quieras.
¿Qué podemos hacer cuando la soledad duele de una forma especial?
Soledad y sufrimiento no tienen por qué ir de la mano. Pero para algunas personas sí son sinónimos. ¿Por qué ocurre eso?
Puede existir una situación real de soledad. Pero tal vez eso nos despierta sentimientos dolorosos, nos abre antiguas heridas.
Tal vez te sientes abandonado. O crees que no le importas a nadie, que nadie te quiere. O te sientes desvalida, con la sensación de ser incapaz de afrontar lo que la vida te vaya trayendo.
A) Serenarse
No es el fin del mundo, aunque nos lo pueda parecer. Es solo un momento de nuestras vidas, y como todos, pasará. Respiremos con tranquilidad y tratemos de conectar con lo que sentimos. ¿Te sientes sóla? tranquila, este momento también pasará.
B) Averiguar qué sentimos
A veces no somos capaces de conectar con nuestras emociones, para tratar de entenderlas, porque nos resultan abrumadoras. En ese caso, el acompañamiento de un psicólogo puede ser la respuesta.
Un profesional puede ayudarnos a identificar qué sentimos (abandono, desesperación, falta de confianza…). Puede enseñarnos formas de gestionar esos sentimientos para que no sigas sintiéndote sola.
C) Si el tiempo pasa y tu estado de ánimo no remonta, recurre a un médico
Pedir ayuda cuando no podemos encontrar la respuesta por nosotros mismos, es lo más inteligente. Representa una señal de amor por uno mismo y la solución más probable a ese sufrimiento. En ocasiones, puede que se trate un pequeño desajuste de salud que puede solucionarse con facilidad. Sin embargo puede intensificarse si no podemos encontrar consuelo en otras personas.
Photo Credit: Silvia Travieso
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