¿Cómo te tratas? ¿Te conoces? ¿Sabes cuáles son tus puntos débiles? ¿Y los fuertes? ¿Crees que tu filosofía de vida podría ayudar a alguien? ¿Desperdicias la estancia en el planeta? ¿Crees que tu mente es flexible? ¿Cómo te hablas? ¿Te dices lo que te gusta de ti? ¿Te lo dijo alguien alguna vez? ¿Sabes lo que te gusta hacer? ¿Si te dicen un halago lo rechazas o lo agradeces? ¿Te ves una persona brillante? ¿Normal? o ¿desgraciada? ¿Te sueles comparar con los demás? ¿Qué es lo que más te gusta hacer? ¿Notas la vida? ¿Te gusta vivir? ¿Dices lo que piensas? ¿Crees en ti? ¿Piensas mucho en el futuro? ¿Has logrado cosas que te hacen sentir satisfecho? ¿Has vivido intensamente? ¿Sientes que tienes control sobre tu vida? ¿Te das cuenta de tus emociones? ¿Sabes porque te enfadas? ¿Y lo que te pone contento? ¿Practicas lo que te apasiona?
Todo lo que contestas configura tu mobiliario interior, tu catástrofe particular o el idilio contigo mismo. Creas una casa dentro de ti donde puedas sentirte bien, cada vez mejor. O una casa de la cual quieras salir todo el tiempo. Pero, ¿cómo salir de tu propia mente?...
Parece trillado el tema del amor propio, suelen aparecer por las bocas de gente discursos comunes de frases simples y redondas: “¿si tú no te quieres quien te va a querer?”, “tienes que tener autoestima alta para creerte capaz de hacer cosas”, “tú vales mucho hombre”, “tienes que pensar positivo”, “tienes que ser feliz deunaputavezhombreya”, “tienes que darte cuenta que eres una persona afortunada”, porque si estás leyendo esto, tienes acceso a internet, vives en un mundo que seguramente no es del todo pobre, tienes recursos para hacer y cambiar cosas.
Nada altera tu paz. Salvo la ficción y el telediario. Y a veces te resultas un pacifista completamente quieto. Un actor congelado en el escenario. Sin nada que te saque de tu aburrimiento porque estás harto de la comodidad, de estar sentado pensando quién eres tú, te cansa hacer cosas que no te llenan, mirar los muros de Facebook de los demás, compararte y pensarte un envidioso infeliz. Estas harto de sentirte como un muerto en medio de la vida.
Tienes razones para pensarte como una persona desgraciada, genéticamente amargada, triste, sin voluntad, sin capacidad de amar ni de soñar, atrapada en el mundo, sin encontrar las claves de acceso a tu vida ideal, siendo alguien que cree en la gente más que en sí mismo, y se compadece por ser tan débil, tan fácil de derrotar, tan difícil de remontar. Todo está lleno de monstruos. Te encuentras experimentando ser alguien que da vueltas a la misma manzana toda la vida sin encontrar nada que te haga sentir.
Tienes razones para sentirte la hostia, una persona alegre, gigante, tremendamente brillante, capaz de hacer lo que quiera hacer. Te atreves. Generas cada vez más ideas. Creas. Todo tu cuerpo sonríe por dentro. Te sientes bien, con ganas de bailar. Y entonces te cantas, te quieres, te mimas, te imaginas feliz, el mundo fluye y nada parece importante. Los monstruos de antes son mentira y también es mentira que ahora estén muertos.
Quererte es algo así como confiar en ti. Hablarte con afecto. Y desearte lo mejor. Así, sin más. Aceptarte. No tienes que haber hecho nada heroico para quererte. Existir ya es tu valor. Estar en esta parte del mundo. Quererte es cambiar algo de ti si lo quieres cambiar. Permitirte imperfecciones y cambios de ideas. Creerte capaz, sentir que estás al mando. Desear tu destino si crees en el destino.
Estás dentro de un cuerpo de millones de células del que eres dueño. Conforman tu cuerpo y tu cerebro. Con el llegas a producir pensamientos. Razonas, dices, aprendes. Lees esto ahora. Pero al mundo le da igual el pensamiento, y tú, y todo lo demás. El mundo sigue girando. La verdad no existe. El futuro no existe. Ni el pasado. Solo ahora. El presente y tú. Puede ser un buen momento, el único que existe, para quererte.
Photo Credit: Silvia Travieso G.
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