viernes, 3 de junio de 2016

El Ego: Nuestra idea de nosotros mismos

ego

Así como la palabra “agua” es un sonido que simboliza un líquido sin ser ese líquido, también tu ego simboliza el rol que interpretas, la persona que eres, pero no es lo mismo que tu organismo viviente.

Alan Watts.

¿Qué es el Ego?

A través de los comentarios y las actitudes de los demás, las personas tejemos una red de ideas que nos describen como individuos. Estas opiniones son los ladrillos con los que construimos nuestra idea de nosotros mismos.

Llegada la edad adulta, la cantidad de información que manejamos es tan extensa que nuestra idea de quiénes somos se ha fortalecido, dando forma a un personaje sólido y complejo. Esta abstracción de nuestra propia personalidad es lo que en psicología conocemos como el Ego.

El Ego es un constructo latente, pues existe mucho antes de que las personas tengamos consciencia de él. Durante la adolescencia nuestra idea de nosotros mismos aún es frágil y cambiante, pero ya tiene la suficiente fortaleza para mantenerse por sí sola y caminar sobre sus pies.

Cuantas más experiencias vivamos, más personas conozcamos y más problemas afrontemos, más información recopilaremos sobre quiénes creemos ser. Estos datos darán forma a un personaje ajeno a nosotros mismos, y aunque sólo exista en nuestra cabeza, a menudo nos sentiremos identificados con él.

¿Quién soy Yo?

Respondiendo a esta pregunta exhibimos nuestro Ego. Al hablar sobre nosotros mismos recurrimos a los aspectos de nuestra vida que consideramos que nos representan: «soy trabajador», «soy divertido», «soy diligente y responsable», «soy buen amigo», etc. Pero ¿de verdad podemos dar una definición tan sólida e inamovible de nuestra propia identidad?

Sería limitante, puesto que las personas somos seres dinámicos que nunca dejan de cambiar. Las opiniones que hoy mantenemos quizá maduren y deriven en algo distinto con el tiempo, así como nuestras aspiraciones y nuestros deseos. Las ideas que utilizamos para describirnos en este momento probablemente nos parecerán demasiado simplistas dentro de algunos años.

El problema es que aceptar que somos tan cambiantes e inestables nos asusta. Queremos conocernos para sentirnos sólidos; para poder explicar quiénes somos a los demás. Por eso el Ego nos tiende trampas constantemente, identificándose con las cosas que hacemos como si formaran parte de nuestra identidad.

Pongamos un ejemplo: si nos decidimos a hacer yoga, dejar de comer carne y salir a correr todos los días, no tardaremos mucho en integrar estas actitudes como parte de nuestra personalidad: “soy una persona íntegra”, “soy activo y deportista”, “soy vegetariano”, etc. Esto nos puede llevar a rechazar o menospreciar a las personas que no sigan nuestros mismos pasos: «¿cómo puedes comer carne?», «¿de verdad te vas a pasar todo el día tumbado en el sofá?».

Llegados a este punto podemos estar seguros de que hemos caído en una trampa del Ego: no tenemos derecho a valorar la vida de los demás, pero necesitamos compararnos con otras personas para sentir que nuestro personaje tiene credibilidad.

¿Necesitamos nuestro Ego?

El Ego es un constructo imaginario que nuestro cerebro construye para fortalecernos como individuos. Lo necesitamos para entender quiénes somos, para actuar en base a una ética y una moral, para saber qué es lo que esperamos de nosotros mismos y de los demás; pero es un arma de doble filo, ya que también nos puede llegar a limitar.

Si consideramos que somos débiles y frágiles, es probable que nos escudemos detrás de estas ideas para evitar tomar decisiones y esforzarnos menos al tener que avanzar. Si por el contrario pensamos que somos resolutivos y admirables, quizá acabemos resultando pedantes y pretenciosos ante los demás.

Nos describimos con conceptos y etiquetas porque necesitamos sentir que somos alguien, pero resulta imposible abarcar todas las contradicciones de nuestro carácter. Las personas somos seres cambiantes que cada año evolucionan y prosperan: nuestras experiencias reformulan constantemente nuestra identidad. El poeta José Ortega y Gasset escribió: «Yo soy yo y mis circunstancias».

Quizá podríamos reformular esta frase como: «Yo soy mis circunstancias». En todo caso conviene ser cuidadosos con la definición que demos de nosotros mismos –porque si nos la tomamos demasiado en serio, puede terminar siendo ella quién nos tenga definidos.

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