El Ego es una pequeña parcela del Ser de una persona. También conocido como máscara, identidad, personalidad. Es la manera en que aprendemos a cubrirnos y a sentirnos “seguros”, el arma con la que jugamos y combatimos en este escenario de vida. Pienso que nacemos puros y esenciales y vamos construyendo nuestro ego a medida que vamos interactuando con nuestro entorno, que tenemos que ir aprendiendo a protegernos, que nos tenemos que relacionar con los otros de una manera determinada.
Hasta cierto punto, es un proceso adaptativo con el que contamos y que nos convierte en seres sociales. El problema llega cuando nos creemos que Somos eso, nos identificamos con ello y de la magnitud que llega a ser la existencia en sí, nos sentimos como si fuéramos ese granito de arena.
Frases como: “es que soy así”, “¿y qué otra manera hay de hacer esto?”… denotan desde mi punto de vista una fuerte identificación con el ego, creyéndose la persona totalmente relacionada con sus creencias, valores y juicios, y como si después de estos no hubiera nada más y el resto estuvieran equivocados.
También cuando defendemos de manera firme nuestro punto de vista, por miedo a que nos lo derrumben, sería un ejemplo de que estamos defendiendo una estructura interna que si se deshace nos haría quedar con un vacío quizás desolador. Y es de esta manera como se crean equipos, bandos, partidos, barreras… cualquier cosa que nos separa los unos de los otros y nos hace sentir diferentes de los que tenemos a nuestro alrededor (normalmente este proceso va acompañado de un aire de superioridad o inferioridad).
De vez en cuando viene la vida y, necesariamente, nos trae alguna experiencia que de manera inevitable va ligada a una sacudida de estas estructuras con las que tanto creemos. Puede ser una muerte, una separación, un cambio brusco… experiencias intensas que de repente nos hacen dar cuenta que aquello que creíamos controlado, aquello que tanto y tanto defendíamos, puede quedar en la nada.
La ausencia de identidad
La ausencia de identidad pasa en aquellos momentos en que todo cae, de fuera y de dentro, y quizás nada de lo que servía ya no sirve. Puede ser una experiencia muy dura, porque no queda donde cogerse y, a la vez, una oportunidad reveladora de cambios profundos. Es un momento para cuestionarnos aún más fuerte preguntas como: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿Realmente soy quien creía que era o quién me han dicho que debía ser? Entre otras que a cada uno les pueda dictar su naturaleza que, en experiencias como estas, despierta más consciente.
La ausencia de identidad es una propuesta de humildad que la vida nos hace. Siempre prefiero escuchar a una persona que calla; a quien sabe esperar apaciblemente a escuchar la opinión de todos para añadir alguna cosa, o no. Me gusta escuchar consejos de aquellos que tienen una mirada limpia, que no necesitan demostrar para ser, que transmiten sólo con su presencia que han tenido que experimentar el vacío suficientes veces como para haber aprendido que el silencio, la escucha atenta y la paciencia son los mejores maestros.
Quien ya Es, se ha liberado y escapa de cualquier cadena que pueda condicionar su Ser. Simplemente, vuela… y fluye.
Photo Credit: Silvia Travieso G.
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