martes, 2 de agosto de 2016

¿Realmente existen el ego y el alma?

ego y alma

Para responder a esta pregunta, en primer lugar deberíamos concretar qué entendemos por “ego” y por “alma”. Lo cierto es que desde casi los albores de la humanidad y desde diferentes corrientes filosóficas, espirituales o psicológicas ha sido habitual hacer referencia a estos conceptos de una manera u otra. Y también lo hacemos hoy en día en nuestra vida cotidiana: ¿cuántas veces no hemos dicho que una persona tiene “un ego muy grande”, o bien que tal cosa la hemos sentido “con toda nuestra alma”?

Así pues, aunque utilicemos este tipo de expresiones habitualmente, es positivo que nos paremos un momento a reflexionar a qué nos estamos refiriendo exactamente, puesto que al no existir un consenso sobre el significado de estos términos, al final, cada cual los interpreta a su modo, dando lugar así a una gran ambigüedad y confusión general. De esta manera, a continuación intentaré desgranar las que, a mi entender, me parecen las acepciones más comunes para ambos términos:

Sobre el Ego

A grandes rasgos, estas serían las utilizaciones más frecuentes para este concepto:

  • Para hacer referencia a las actitudes o características meramente egocéntricas o egoístas de una persona. Es decir, para señalar aquellos comportamientos o atributos centrados exclusivamente en el propio individuo sin que tenga en consideración alguna al resto. Esta idea de “ego” sería la que normalmente se utiliza en el lenguaje de la vida cotidiana.
  • Para definir el conjunto de ideas y creencias que tenemos acerca de nosotros mismos. O dicho de otra manera, sería el constructo o abstracción mental que conforma nuestra identidad o personalidad individual. De esta forma, “Ego” y “Yo” serían conceptos sinónimos y totalmente equivalentes. Ésta es, sin duda, la interpretación más extendida desde el campo de la psicología en la actualidad.
  • Para referirnos a una suerte de instancia mental que controla y rige nuestro sistema de pensamiento sin que seamos conscientes de ello. Esta concepción del “ego” se hizo muy popular sobretodo a partir del mapa mental que dibujó el psicoanálisis, en el cual la mente se dividía en dos estructuras diferenciadas fundamentales (consciente e inconsciente) y mediante las cuales, a su vez, la idea del “Yo” o “Ego” como unidad indivisible se fragmentaba en otras tres instancias diferenciadas: por un lado el “Yo”, que se tendría lugar en el ámbito de la conciencia; y por otro lado el “Superyó” y el “Ello”, que anidarían en el inconsciente. Con el tiempo, el concepto “ego” se simplificaría y sería utilizado para referirse exclusivamente a nuestro “Yo Inconsciente” que, en el fondo, sería el que regiría en última instancia nuestra voluntad. Cabe decir también, que esta interpretación del ego tuvo (y sigue gozando) de buena acogida por no pocas interpretaciones místicas o espirituales, como por ejemplo en buena parte del movimiento “New Age” (cosa que le ha otorgado una fuerte popularidad).

Sobre el alma

De la misma manera que la anterior, a continuación, expondré los que considero que serían los dos significados más corrientes para este concepto:

  • Como una manera simbólica de expresar un sentimiento, un deseo o una emoción profunda e intensa. Es decir, para hacer referencia a todas aquellas sensaciones consideradas “esenciales” por el individuo, sobretodo las que tienen que ver con la honestidad, el amor o la pasión. Así pues, habitualmente al hablar del “alma” lo haríamos de manera equivalente a cuando utilizamos otras expresiones de tipo metafórico como por ejemplo “corazón” o similares. Es en este sentido, sin duda, cuando utilizamos esta palabra más frecuentemente.

  • En un sentido espiritual, para hacer referencia a la parte inmaterial de la persona que supuestamente conforma la verdadera esencia del ser humano y que, de algún modo, otorga sentido a nuestra vida vinculándonos con la divinidad y trascendiendo nuestra propia existencia terrenal. Es el significado que se le otorga (eso sí, con diferentes matices y aproximaciones) desde prácticamente el conjunto de tradiciones religiosas de todos los tiempos.

De este modo, una vez vistos las diferentes acepciones que, a día de hoy, se utilizan para ambas palabras, podemos convenir sin temor a equivocarnos que tanto el ego como el alma son términos que no designan sustancia o elemento biológico o material alguno.

O lo que es lo mismo, son conceptos que pertenecen al ámbito de la abstracción y, por tanto, resulta prácticamente imposible ubicarlos en un área física determinada, más allá de afirmar que como “productos mentales” que son, deben ser originados exclusivamente a partir de nuestra actividad cerebral, al igual que cualquiera de nuestros recuerdos o pensamientos (al contrario de lo que, por ejemplo, aseguraba Descartes que colocaba el alma en el interior de la glándula pineal).

En este sentido, obras como por ejemplo “El alma está en el cerebro” del conocido divulgador científico Eduard Punset apuntarían en esta misma dirección: el conjunto de nuestros pensamientos, recuerdos, emociones, percepciones e incluso nuestra espiritualidad son fruto y responsabilidad de nuestro cerebro.

Ahora bien, este hecho por sí mismo tampoco contradice cualesquiera de los significados que antes hemos analizado para ambos conceptos. De hecho, sobretodo en el caso del “Ego”, parece bastante coherente dar por válido la existencia natural de un sentido del “Yo” en los individuos que los diferencie del resto, de forma parecida a la que damos por hecho la existencia de la alegría o la tristeza aunque no las podamos ver, tocar o ubicar físicamente. I

Incluso, a nivel personal, no me parece en absoluto inadecuado el término “ego” desde las diferentes perspectivas basadas en la verisimilitud del inconsciente (Freud, Jung, etc.) y que implican, en último término, un mayor desarrollo de los seres humanos en su camino hacia el autoconocimiento.

No obstante, más allá de su uso poético o alegórico, sí que me parece más problemático dar por válido la concepción del término “alma” desde un punto de vista estrictamente racional, puesto que al argumentarse exclusivamente desde una cosmovisión espiritual de la vida y dada la imposibilidad de su demostración empírica, queda inevitablemente situada en el ámbito correspondiente a cuestiones de creencias o fe. Dicho lo cual, no significa en modo alguno que dicha creencia sea necesariamente falsa, sino simplemente no es posible darla por verdadera desde una perspectiva científica (al menos de momento).

Por último y a modo de conclusión me gustaría señalar que el “ego” y el “alma”, a pesar de convenir que tal vez no sea prudente concederles un estatus “real” de existencia, apuntan hacia unas direcciones que pueden resultar de lo más propicias desde el punto de vista del desarrollo de la conciencia. Así pues, espero con este artículo haber contribuido a separar el mapa del territorio, aclarando algunas ideas sobre unos conceptos que, aunque a veces pueden confundirnos, de alguna manera, también pueden ayudarnos a avanzar en nuestro camino de desarrollo personal.

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