Trabajo en una Institución Prestadora de Salud (IPS) donde evaluamos la aptitud física y mental de conductores novatos, que necesitan renovar su licencia de conducción o subir de categoría.
Allí existe la posibilidad de certificar a un usuario con alguna discapacidad o deterioro sensorial, físico o cognitivo. El profesional de la salud, quien examina al cliente, recibe el precepto de otorgar la licencia de conducción a un sujeto no apto –a causa de la deshonesta influencia de un socio inversionista, representante legal u otra persona con derechos en la empresa.
El trabajador de la salud se siente atacado por una orden que infringe la ética y los estatutos. La recusación del mandato surge como protesta personal; no obstante, la figura con autoridad influye sobremanera: se debe cumplir con lo requerido.
Con relación a lo anterior, el psicólogo Stanley Milgram realizó un experimento, en los años 60, sobre la obediencia a la autoridad y reveló que, así estemos en desacuerdo, nos sometemos al poder. La investigación se realizó con más de setecientos estadounidenses de ocupaciones diversas. Les informaron que participarían en un estudio para demostrar la influencia del castigo en el aprendizaje, obvio no fue cierto.
La dinámica del estudio es la siguiente: un instructor o instructora enseñaría a un aprendiz (cómplice del experimento) una serie de palabras para memorizar. Si el alumno no marcaba, en su tablero, las respuestas correctas, el maestro proporcionaba una descarga eléctrica (ficticia) progresiva con cada desatino.
Mientras tanto, un observador (quien representaba la figura de autoridad) supervisaba la tarea del profesor y lo instigaba a que continuara con las descargas. Los resultados fueron reveladores, tanto así que la comunidad científica y el público en general se dividieron en detractores y simpatizantes.
Stanley Milgram era hijo de inmigrantes judíos europeos, tanto es así que el holocausto influyó en la tesis del estudio sobre la obediencia a la autoridad. El razonamiento consistía en averiguar cómo fue posible que ciudadanos civilizados hayan participado de la barbarie y continuaran sus vidas sin remordimientos.
Empero, el psicólogo anhelaba que las personas pudieran ser más honestas y menos malévolas. Sostenía la hipótesis de que la desobediencia seria mayor en los participantes del estudio, pero no fue así. Por tal motivo, le pidió a psiquiatras y psicólogos predecir los resultados del experimento: coincidieron en que la mayoría de sujetos desistiría y tan solo una parte continuaría hasta el final. Como se descubrió, la obediencia fue la norma entre la muestra; en cambio, la desobediencia representó la excepción.
De la investigación se descubrió lo siguiente: obedecemos con voluntad a la autoridad; por ende, no hay sometimiento.
Una persona obediente relega su autosuficiencia para entrar en una estructura social. El sujeto se esfuerza por ser competente a los requerimientos de la soberanía; en consecuencia, es sumiso si cree en el poder del otro.
Pero, cuando surge una orden arbitraria, el individuo resuelve servir y despojar de sí toda responsabilidad -muchas veces hemos escuchado decir a alguien que cumplió una orden porque se lo mandaron, mas no por su libre albedrío. Asimismo, la ideología favorece la subordinación porque es más fácil obtener la aprobación de la ordenanza. A este fenómeno Stanley lo denominó: el estado agéntico.
El contexto desarrolla interacciones sociales complejas que favorecen la obediencia; es decir, el ser humano, como sujeto social, ha sido más sumiso por causas ideológicas que individuales. Esto se permite porque asumimos roles dentro de un grupo. Volvamos al ejemplo del principio en la reseña. El profesional de la salud respeta la jerarquía y representa su papel como empleado. Cuando firma el contrato, implícitamente, asume la obligación de obedecer a sus superiores; de lo contrario, es prescindible para la empresa: el empleado prefiere acatar las normas y evitarse malestares.
Hasta aquí podemos inferir que somos vulnerables ante una autoridad, pero, ¿cómo nos defendemos del despotismo? Hannah Arendt (2003) propuso la reflexión individual como medio de protección contra un sistema adverso.
Se trata de conservar el juicio personal cuando una idea nos parece insensata. Aunque no sea fácil enfrentarnos con una ideología arraigada –Solomon Asch, Robert Rosenthal, Philip Zimbardo, entre otros científicos sociales, han demostrado el poder de la influencia colectiva en el comportamiento individual-, cada quien debe esforzarse por evitar tomar decisiones conmovidas por el sistema autoritario.
Pensar las ideas bajo un estado de ánimo sosegado, reflexionar sobre el beneficio que traería para la autoridad la obediencia y algo de rebeldía, podrían ayudarnos a impedir el abuso del ente controlador.
En conclusión, del experimento rescatamos los resultados sobre un aspecto de la condición humana: no actuamos adrede con malicia, sino por el influjo de la situación. Además, las réplicas, en distintas partes del mundo, corroboran la hipótesis. El estudio ha sido considerado artificial y sesgado porque las interacciones predisponen la repetición de los datos en cada implementación.
Sin embargo, como subestimamos el contexto, nos es fácil juzgarla. Desde una mirada ética, los posibles perjuicios generados en los sujetos experimentales fueron ignorados, así el seguimiento post experimental demostrara lo contrario. Por todo lo demás, a favor o en contra, los resultados de la esmerada experimentación condensan las reflexiones sobre nuestro rol como personas obedientes.
Referencias
Arendt, H. (2003). Eichmann en Jerusalén. Barcelona, España: Editorial Lumen S.A.
Milgram, Stanley. (1980). Obediencia a la autoridad. Un punto de vista experimental. Bilbao, España: EDITORIAL DESCLEE DE BROUWER, S. A.
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