viernes, 22 de diciembre de 2017

¿En qué consiste la Terapia Gestalt?

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La Terapia Gestalt se encuadra dentro de las terapias humanistas. El fundador de la Terapia Gestalt fue Fritz Perls, psiquiatra de procedencia alemana. Desarrolló su enfoque en la década de 1940, recibiendo su mayor influencia de la Terapia Centrada en el Cliente de Rogers. Destacan las siguientes características terapéuticas:

La relación simétrica entre terapeuta y paciente

La Terapia Gestalt abandona la idea de que el terapeuta es el experto en la vida del paciente y que por tanto es él quién decide unilateralmente lo que le conviene al paciente y las soluciones que deben ponerse en marcha.

Se presenta en cambio, como un facilitador y como un guía, que ayuda a la persona a tomar conciencia de sus dificultades, así como de sus fortalezas personales para afrontarlas.

Le confronta en sus modos de actuación disfuncionales, presentándole los caminos más sanos para enfrentar su vida de una forma más congruente consigo mismo.

Establece una relación de tú a tú, pudiendo incluso hacer autorevelaciones de su vida si cree que con ello puede ayudar al paciente. La única diferencia entre terapeuta y paciente, es que el primero posee una formación especializada en salud mental que le permite guiar al paciente en su camino hacia su bienestar y desarrollo personal.

La emoción como motor del cambio en la Terapia Gestalt

La emoción es una respuesta fisiológica que nuestro cuerpo da para informarnos de una necesidad. Entre las emociones básicas se encuentran: la tristeza, que nos habla de una pérdida y de la necesidad de recibir apoyo; el enfado, el cual nos comunica que alguien ha sobrepasado un límite con nosotros y que por ello necesitamos marcarlo de nuevo; la alegría, que expresa un estado de conexión y nos lleva a querer expandirla para fortalecer lazos; o el miedo que nos informa de una amenaza, movilizándonos para luchar o huir en función de cómo juzguemos nuestras capacidades para enfrentar el peligro.

Es muy habitual que ya desde pequeños no hayamos aprendido a gestionar adecuadamente las emociones “negativas” (tristeza, miedo, anhelo, envidia, etc.) desarrollando una tendencia a reprimirlas.

El problema es que si uno traga mucho, llega un momento en el que se desborda, facilitando esto la aparición de síntomas psicológicos. Los síntomas son la forma que tiene el organismo de decirnos que algo está fallando en nuestro desarrollo personal. Desde la Gestalt se entiende que aquellas emociones importantes que no hayan sido elaboradas surgirán una y otra vez hasta que la necesidad que encubren sean tomadas en cuenta.

La terapia Gestalt busca a través de ejercicios que movilizan emociones, pero también por medio del diálogo, que se activen aquellas emociones que están jugando un papel crucial en el sufrimiento de la persona.

Una vez se permite expresar abiertamente aquello que se había quedado estancado, puede tomar conciencia de qué es lo que hay ahí y de qué necesita. El objetivo terapéutico fundamental será que el paciente pueda desarrollar una actitud de autorespeto hacia sí mismo.

  • Ejemplo del proceso emocional

Una mujer se siente dañada porque su pareja le mintió con respecto a un asunto familiar. Al descubrirlo lo habló con ella y ésta se disculpó prometiendo no volver a hacerlo.

El asunto quedó aparentemente zanjado, pero en ella permaneció durante un tiempo una sensación interna de malestar. A pesar de ello no quiso ahondar en el tema, porque ya lo habían hablado y creía que era hurgar en la herida sin sentido. Al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que estaba constantemente irritada en su relación, hasta el punto de enfadarse una y otra vez por pequeñeces.

La relación de pareja acaba desgastándose y dejan de sentir la conexión que les unía anteriormente. Debido a esta insatisfacción compartida, empieza a tener problemas de insomnio y un nudo constante en el pecho.

Acude a psicoterapia y durante el proceso terapéutico toma consciencia de que algo que ella creía superado no lo estaba del todo y de que su constante enfado había enmascarado el dolor que sintió por la traición de su pareja. El enfado suponía para ella una emoción más sencilla de expresar, pero en cambio experimentaba mucha incomodidad con la tristeza.

La paciente va ordenando sus sentimientos, a la vez que se da cuenta de que no son peligrosos, sino que tan sólo la informan de lo que para ella es importante.

El terapeuta propone, pasado un tiempo, una sesión conjunta con su pareja buscando fomentar una comunicación honesta.

Cuando las dos partes conectan con sus sentimientos más profundos pueden entenderse mejor y dejar a un lado rencores para ver la herida de la otra persona y la necesidad que hay debajo: “Te mentí porque tenía mucho miedo a perderte, eso me nubló y no supe gestionar la situación” o “cuando me mentiste sentí que ya no podía confiar en ti, me sentí triste y sola porque tú siempre habías sido un soporte para mi”.

Una vez dejadas de lado las defensas y haber conectado con lo nuclear, pueden ver qué soluciones hay, mientras que antes solo se enredaban entre enfado y enfado. Las soluciones podrían venir por restaurar la confianza, por fomentar la honestidad entre ambos o incluso por romper la relación si finalmente ya no queda lo suficiente como para luchar por ella.

La responsabilidad como actitud principal en la Terapia Gestalt

El paciente es el que tiene la responsabilidad sobre su vida. La terapia le ayuda a conocerse, a abrir los ojos y a calibrar las consecuencias de elegir un camino u otro, siendo él quien pone en marcha los cambios. Para ello tendrá que disfrutar de las cosas buenas que traen sus decisiones pero también deberá digerir las consecuencias negativas que pudieran aparecer.

La última parte es la más complicada y la que suele bloquear a las personas para realizar cambios, ya que hay consecuencias difíciles de asumir (por ejemplo: vivir el rechazo de alguien al que aprecias, generar un conflicto que derive en un distanciamiento, que una relación se rompa, etc.).

Estas consecuencias se exageran y magnifican en numerosas ocasiones, pero por mínima que sea la posibilidad suelen ser posibles y la persona no quiere asumir ese riesgo.

Si más allá del miedo a perder algo, se encuentra una necesidad o deseo, suele valer la pena arriesgar, porque salga bien o salga mal, normalmente uno no se arrepiente de hacer algo en lo que creía. Más bien, suele arrepentirse de dejar de hacer algo por miedo.

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