miércoles, 21 de junio de 2017

¿Por qué repetimos viejos errores?

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Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra sí…

Habrán escuchado varias veces que el ser humano es el único animal que choca dos veces con la misma piedra. La pregunta clave es ¿por qué tropezamos tantas veces con la misma piedra? Es decir, ¿por qué tendemos a repetir viejos errores? En algunas ocasiones, tropezamos una y otra vez con los mismos errores porque el inconsciente nos traiciona y no nos deja cambiar.

En mi primer ensayo, sobre el caso Dora (1902), vemos como Freud descubre la transferencia, siendo esta nada más ni nada menos que la repetición en acto. Es así que Freud comienza a observar y llega a la conclusión de que la repetición es una constante en muchos de sus análisis.

En 1914, Freud hace mención al concepto de compulsión de repetición en “Recordar, Repetir y Reelaborar.” Según Freud, el paciente en lugar de recordar aquello reprimido, lo actúa, repitiendo así sus inhibiciones, sus actitudes impensables, sus rasgos patológicos y sus síntomas.

En 1920, en Más Allá del Principio del Placer, Freud redefine la compulsión de repetición de una manera más completa y como algo inherente a nuestro aparato psíquico. Tanto es así, que algunas personas preocupadas por sus repeticiones dolorosas acuden al psicólogo en busca de ayuda. Mujeres que siempre eligen hombres golpeadores u hombres que después de repetidos fracasos amorosos vuelven siempre a su casa materna son ejemplos para comprender cuando la repetición deviene sintomática y debemos pedir ayuda a un profesional.

En Más Allá del Principio del Placer, Freud le confiere a la compulsión de repetición las características de una pulsión (concepto límite entre lo somático y lo psíquico) y admite que esta compulsión de repetición es más primitiva que el principio del placer mismo. Es así que Freud comienza a pensar la compulsión de repetición en asociación con la temida pulsión de muerte. Plantea la existencia de la pulsión de muerte entendida como esa fuerza que trabaja silenciosamente, para ciertos fines que se sitúan más allá del principio del placer.

A partir de aquí, el dualismo pulsional queda formulado en permanente contraposición, de pulsiones de vida y pulsiones de muerte.

En palabras del mismo Freud, “la meta de toda vida es la muerte” es decir que la vida sería un rodeo para llegar a la muerte, y la meta de la pulsión, alcanzar esa muerte.

¿Por qué repetimos lo displacentero?

En 1920, la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud realiza un giro. Si bien no abandona el concepto de repetición de 1914, Freud descubre que el funcionamiento del principio del placer tiene sus límites. Es así que estudiando los sueños traumáticos de los soldados (no nos olvidemos del contexto de postguerra), Freud observa como la persona es reconducida una y otra vez en el sueño a ese momento traumático en un intento de liberar esa energía que quedó retenida.

Estos sujetos se encuentran fijados al trauma y la repetición onírica perturba la vida de los mismos.

A partir de 1920, Freud establece su 2º tópica (ello-yo-superyó) y nos dice que venimos al mundo siendo un “ello psíquico”, es decir que el yo de cada persona se construye sobre su ello.

El ello se basa en el principio del placer a diferencia del yo que se basa en el principio de realidad. El yo tendría que mediar en un principio entre las demandas del ello y las demandas del mundo exterior como también entre el ello y el superyó. Como podrán observar, nuestro aparato psíquico es muy complejo: un ello que exige satisfacción, un superyó que la prohíbe y finalmente un yo esclavo de estas dos instancias y también del mundo exterior.

Ahora bien, muchos de ustedes habrán leído o escuchado la frase “placer para un sistema y displacer para otro” Esto significa que gran parte de los contenidos y mecanismos que operan en el yo y en el superyó son inconscientes, es decir, que lo que repetimos podría generar placer para el yo inconsciente y displacer para el yo consciente. Es así que Freud abandona el modelo topográfico (consciente-preconsciente-inconsciente) y postula un modelo estructural (ello-yo-superyó), en donde cada instancia posee contenidos inconscientes.

Por último, diremos que Freud nos ha invitado a pensar el pasado como algo actual: nada desaparece, todo se conserva y vuelve a aparecer incansablemente. Lo que vivimos en el presente (nuestro malestar o dolencia) no es otra cosa que la repetición de lo que vivimos en el pasado.

Nada de lo que repetimos ocurre en forma casual o accidental. Toda repetición es, en resumidas cuentas, interpretable.

BIBLIOGRAFÍA

  • FREUD, Sigmund (1895): Sobre la Psicoterapia de la histeria.
  • FREUD, Sigmund (1914): Recordar, Repetir, Reelaborar.
  • FREUD, Sigmund (1920): Más allá del Principio del Placer.

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