El paso por una institución psiquiátrica como psicólogo fue beneficioso para aumentar la formación como profesional y como ser humano. Resulta un secreto a voces que las demandas atencionales que requieren los pacientes con cualquier padecimiento psiquiátrico van más allá de una adecuada medicación, unido a las implicaciones éticas que la misma supone. El factor humano en este sentido ejerce un pulso importante en la rehabilitación y posible reinserción social de quien sufre la enfermedad. De igual manera la familia constituye un factor determinante en este largo proceso, interminable la mayoría de las ocasiones.
Toca hablar siempre de todos los elementos involucrados. No se puede ceder paso a las malas prácticas en ninguno de los ámbitos en los que se encuentre insertado el paciente. La lucha por elevar la dignidad de estas personas debe ser constante. El hecho de que estén incapacitados para formar parte activa de una sociedad moderna demasiado ensimismada en sí mismos como individualidades, los transforma en víctimas de una sociedad que se vuelve beligerante y discriminativa.
Un periodo relativamente corto de un quinquenio en vínculo directo con personas con trastornos psiquiátricos diversos, no solo te enrumba a conocerlos, a determinar un modo eficaz de trabajo que los beneficie, a ayudarlos desde el punto de vista psíquico, a intentar orientarlos en medio del limbo mental y el mundo particular en el que viven. También te permiten conocer en detalle a la familia de cual provienen. Los casos se sucedían uno tras otro. Sin llegar a generalizaciones que se convertirían en injustas, se puede afirmar que un gran porciento de los pacientes internados en la institución se encontraban olvidados por sus familias.
Las razones siempre sobraban para depositar a la persona que para ellos había perdido su cualidad o capacidad de vivir. Se emplea este término de depositar pues en realidad el hospital implícitamente era considerado por estos familiares como un almacén de locos. La expresión al leerla te puede dar una bofetada en ambas mejillas al mismo tiempo, además de generar sentimientos y sensaciones que van desde la discriminación hasta la desesperanza, confirmando de qué está repleta esta sociedad moderna.
El hecho de estar incapacitados mentalmente, el no tener control sobre sí mismos o estar en divorcio permanente con la realidad, no nos dan el derecho de privarlos de su condición de seres humanos, de su individualidad. La enfermedad mental no los libra de ser personas, no los convierte en objetos ambulantes alimentados por prescripciones médicas o electroshocks.
La familia se deshace de toda responsabilidad cuando más imperante es la necesidad de cuidados e interacción. Aunque suene categórico resulta innegable, no debe existir justificación para actitudes de desentendimiento, aversión o marginalización. El círculo familiar y por ende el ambiente y la armonía se convierten en caos total.
Nadie dijo nunca que fuera sencilla la convivencia con una persona, que aun cuando se encuentra actuando a un nivel relativamente estable en su funcionamiento cognitivo, posee una enfermedad de base orgánica que afecta de manera negativa sus sentidos psicológicos y a su vez lo incapacita para tener una adecuada percepción y cumplimiento de las normas sociales establecidas.
Las fórmulas en un gran porcentaje de las veces no se aplican para un paciente con esquizofrenia, trastorno bipolar o retraso mental, por mencionar algunas. Paciencia sin límites y mucha comprensión del fenómeno por el que está pasando el que sufre la enfermedad, podrían ser métodos para comenzar a afrontar la situación.
En infinidad de ocasiones se constata que la familia no tiene ni la menor idea sobre el padecimiento de su consanguíneo. El desconocimiento, producto de la falta de interés y la representación social que se tiene de los locos, desemboca en actitudes harto negativas e inadecuadas hacia estas personas.
La falta de compromiso se traslada también a los que están día a día en contacto directo con el paciente. Desentrañar las causas conllevaría a una investigación minuciosa del hecho. A simple vista la desmotivación del personal de cuidados, dígase enfermeros, asistentes de pacientes, terapeutas de rehabilitación, etc., podría estar influenciada directamente por la actitud de los familiares. El teorema de Thomas pudiera darle una respuesta a dicha actitud. Esto refuerza en gran medida la estigmatización del paciente psiquiátrico en todos los ámbitos de la sociedad.
Al ser un trabajo mal remunerado en muchas instituciones, la selección del personal pasa inadvertida en la mayoría de los casos, incluyendo a los profesionales. La falta de competencias para llevar a cabo una labor que requiere responsabilidad in extremis implica un sufrimiento extra del paciente. Ya no solo se encuentra lejos de su familia, sino que es insertado en un lugar por demás ajena e indeseado, en el que debería recibir no solo cuidados especializados, también amor. Para desgracia del paciente y de algunos familiares no siempre se cuenta con tal suerte.
A pesar de no poseer crítica de la enfermedad y encontrarse en estado psicótico, la cualidad de ser humano de un modo u otro siempre sale a la luz. Hay que presenciar la lucha interna con la que vive un enfermo psiquiátrico. Son todos a su alrededor en contra suya, recalcándole a cada instante su locura, su incapacidad. No hay mayor ofensa para ellos que ser tildados de locos. Personas que viven en mundos paralelos, tratando de inventarse su propia realidad.
El poco o casi nulo control de impulsos, la falta de hábitos higiénicos, la agresividad o timidez, no le impiden en muchísimos casos sacar de debajo de la tierra una moneda para llamar desde el teléfono público a su familia. Nada le detiene para hablar en consulta sobre sus hijos, hermanos o padres. Siempre con una resaca de anhelo, de tristeza, de esperanza en el retorno.
Su andar de prisa, o lento obnubilado, su paso a paso sin destino propio y el cigarro siempre presente. Esos ojos fijos que pasan de muy brillantes a la ausencia de luz, de gritar sálvenme al mutismo total. Personas que viven en los extremos, sin puntos de convergencia. Seres que no eligieron su condición ni mucho menos la pesada carga de estigmas que ella acarrea. Para ellos debiera haber un aplauso de admiración ante la audacia de vivir y sobreponerse al rechazo. Respeto es lo que claman sin voz y exigen sin premeditación.
La entrada El paciente psiquiátrico: Ya no soy el mismo pero sigo aquí aparece primero en Psicocode.
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